Cervantes, novelista: El Quijote

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Génesis del Quijote

forges-octubre2.gifParece ser que Cervantes empezó a escribir el Quijote hacia 1591, mientras estaba en prisión. Algunos críticos creen que, en un principio, concibió la obra como una novela corta al estilo de las Novelas ejemplares. Esta novela inicial se correspondería con los seis primeros capítulos del Quijote.

Según Menéndez Pidal, Cervantes se inspiró para la creación de su personaje en una obra anterior, El entremés de los romances, cuyo protagonista, Bartolo, se vuelve loco de tanto leer romances y decide salir en busca de aventuras. Dámaso Alonso defiende la posible influencia del hidalgo Camilote, personaje que aparece en la novela de caballería Primaleón y en la tragedia de Gil Vicente Don Duardos.

Estructura y argumento

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La novela es un relato lineal estructurado en dos partes bien diferenciadas y organizadas en torno a las tres salidas del protagonista.

Primera parte (1605): las dos primeras salidas

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Como acabamos de apuntar, es posible que Cervantes tuviese la intención inicial de escribir un relato corto para plantear un tema de crítica literaria. Esta posibilidad se deduce del contenido de los seis primeros capítulos de la novela, concretamente de los que narran la primera salida de don Quijote. Esto capítulos, conocidos como «la novelita» entre algunos estudiosos de la obra, podrían configurarse como un relato independiente, con una estructura y un argumento cerrados: Alonso Quijano, enloquecido por la lectura de malas novelas, se pone el nombre de don Quijote de la Mancha y abandona su casa para convertirse en un caballero andante. Sin embargo, sus aventuras fracasan pronto estrepitosamente y regresa maltrecho a su hogar.

Una vez allí, mientras se repone, sus amigos, el cura y el barbero, hacen una hoguera donde queman los libros que han provocado la locura del protagonista. Todos ellos son obras que existían en la vida real, novelas de éxito en la época. Uno a uno, van decidiendo cuál merece ser quemado y cuál debe ser salvado. Si el Quijote finalizase con este episodio, el autor terminaría su novela con una reflexión sobre la literatura de su época, que era el primer objetivo de su obra.

Sin embargo, Cervantes decidió continuar con su narración. En el capítulo VII, apenas un mes después del forzoso regreso a su hogar, don Quijote se dispone a salir de nuevo. para ello, pide a Sancho Panza que se convierta en su escudero, y juntos emprenden la segunda salida.  A partir de ahí, Cervantes comienza a desarrollar un recurso típico de los libros de caballerías: inventa la figura de un historiador Cide Hamete Benengeli, sabio cronista arábigo que ha recopilado todas las hazañas y aventuras del famoso don Quijote de la Mancha y cuyos textos el narrador dice limitarse a traducir.

Esas aventuras son muy numerosas: el famoso episodio de los molinos de viento a los que se enfrenta el protagonista debido a que los confunde con gigantes; el de los cueros de vino con los que se bate en sueños en la venta; el humorístico juicio para averiguar si la bacía de barbero que don Quijote cree que es el yelmo de Mambrino (que, según la creencia, hacía invisible a su portador) es definitivamente yelmo o bacía; la misión que encomienda a Sancho de llevarle una carta de amor a Dulcinea y que Sancho no lleva a buen término, lo que le obliga a mentir a su señor, etc. Son aventuras muy variadas, pero todas tienen un elemento común que las caracteriza: don Quijote siempre ve el mundo real a través del prisma de la literatura y tiene un empeño constante en que la vida sea como la ha conocido en los libros.

La primera parte, además, está llena de digresiones y de variados personajes, cuyas historias se van cruzando con la de don Quijote y Sancho. Hablaremos más detenidamente de este punto al estudiar la técnica narrativa.

El Quijote de Avellaneda

El éxito inmediato de esta primera parte despertó la envidia de algún oponente literario que publicó en 1614, bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, una continuación de su historia.  Algunos críticos consideran que tras este seudónimo se ocultaba la figura de Gerónimo de Pasamonte, autor de una autobiografía, y a quien Cervantes había tomado como modelo para el personaje de Ginés de Pasamonte, el galeote liberado por don Quijote.

El Quijote apócrifo es literariamente mediocre, pero muy interesante porque revela la indignación que la publicación de la primera parte había provocado en el círculo de Lope de Vega, cuyas comedias son satirizadas por Cervantes; por otro lado, el Quijote de Avellaneda se convierte en portavoz de una reacción señorial ante la impertinencia que para la alta nobleza supuso la pretensión de un mero hidalgo, como Alonso Quijano, de pasar por caballero.

Cervantes contra Lope es una película para la televisión  sobre la relación de amistad y odio que mantuvieron, a principios del siglo XVII, Miguel de Cervantes y Lope de Vega. Esta película nos sitúa en el momento de la aparición del libro conocido como el Quijote de Avellaneda. Han pasado ya diez años desde la publicación de la primera entrega de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, pero los editores siguen esperando la prometida segunda parte. La nueva publicación va a hacer estallar con toda su fuerza el enfrentamiento entre los dos genios. El nuevo Quijote contiene ataques muy directos a Cervantes y este no duda en sospechar que el autor del libro es un seudónimo tras el que se esconde el mismísimo Lope de Vega. El argumento se interna en la intriga sobre la identidad de Avellaneda y descubre también la personalidad de los dos genios: dos personajes brillantes, pero también profundamente humanos:

Segunda parte (1615): la tercera salida

La segunda parte se caracteriza por la habilidad con que Cervantes se mueve de la realidad a la ficción y viceversa. De hecho, el argumento arranca con un dato real: la primera parte ha tenido gran éxito y el autor quiere dejar constancia de ello en la segunda. Cuando comienza la acción, encontramos a don Quijote y a Sancho conversando con el bachiller Sansón Carrasco sobre lo famosos que los ha hecho la crónica de Cide Hamete Benengeli.

images.jpgLos protagonistas se preparan para salir de nuevo y dar al historiador más motivos para escribir sobre ellos. En su tercera salida vivirán las aventuras del Palacio de los Duques, el gobierno de Sancho en la ínsula Barataria o los enfrentamientos con el Caballero de los Espejos y el de la Blanca Luna (en realidad, el bachiller Sansón Carrasco disfrazado). Pero también sufrirán una desagradable experiencia: «un embustero perverso» ha escrito una «falsa historia sobre don Quijote y Sancho» y existen unos impostores que andan por ahí haciéndose pasar por ellos e intentando manchar su buena reputación.

Con este episodio, el autor alude de nuevo a la vida real: se refiere a la publicación del Quijote de Avellaneda. Cervantes, a través de sus personajes, responde a Avellaneda y deja bien claro quiénes son los verdaderos don Quijote y Sancho.

El desenlace de la novela viene dado por el desánimo que los últimos acontecimientos provocan en don Quijote: ha sido derrotado en la playa de Barcelona por el Caballero de la Blanca Luna y se ha malogrado su sueño de convertirse en un héroe legendario. Desencantado, decide regresar a casa, donde muere rodeado de su familia y sus amigos.

El final de la novela adquiere una doble interpretación. La primera se relaciona con la ficción novelesca: sin ideales, don Quijote no puede vivir, solo la vida literaria tiene razón de ser para él. La segunda tiene que ver con la realidad: la muerte del protagonista es un recurso de Cervantes para evitar que vuelva a ocurrir lo sucedido con Avellaneda: muerto el protagonista, ya no habrá más continuaciones posibles para el relato.

Los personajes del Quijote

Dos son los personajes centrales de la gran novela cervantina: don Quijote y Sancho Panza.

Don Quijote

Aparece caracterizado socialmente como un hidalgo, el grado más bajo dentro de la nobleza. Con tal condición no podía aspirar a convertirse en caballero, por lo que esa decisión sería chocante desde el principio para cualquier lector de la época.  A esto hay que añadir que ronda la edad de cincuenta años, lo que en aquel entonces suponía ser ya un anciano, en contraposición a la juventud de los héroes caballerescos, un detalle paródico que tampoco escaparía a los lectores del libro.

El hidalgo Alonso Quijano, loco debido a la lectura de libros de caballerías, decide convertirse él mismo en caballero andante. En los libros de caballerías ha descubierto que puede haber una vida apasionante, llena de todo lo que a él le ha faltado: amor, viajes, aventuras… Perdida la razón por la lectura de estos libros y convertido en don Quijote de la Mancha, sale a ser lo que ha soñado, a vivir la existencia de los héroes, a restaurar los valores de la caballería andante, a restablecer la justicia en el mundo. Desde ese momento, interpreta la realidad según su quimera y, en ese viaje, entre los sinsabores del camino, se encuentra a sí mismo.

Su extraña y anacrónica figura en la España de comienzos del XVII hace de él un personaje fundamentalmente cómico. Sin embargo, el diseño de su figura es muy complejo: fuera de su peculiar locura caballeresca, muestra buen juicio y expone atinadas opiniones sobre muy diversos asuntos, incluidos los literarios.

«—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. […] ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!»

 

Rasgo esencial de su carácter es la pertinaz defensa de sus ideas, incluidas las que proceden de su extraña locura, lo que hace que constantemente, sea vapuleado por la realidad.

El tema de la locura es central en la obra, ya que constituye la base del conflicto permanente entre el héroe y la realidad que se le presenta. Quiere y cree ser caballero andante, pero sabe que finge (“Yo sé quién soy”, dirá). La locura de don Quijote está limitada al mundo de lo caballeresco; en los momentos en que no aparece este tema, el protagonista es admirablemente cuerdo, generoso, culto, tolerante y mesurado, como reconocen muchos de los que le tratan. En este sentido, se podría decir que don Quijote vive en cuatro “mundos” que aparecen relacionados por la estructura novelesca paródica:

– Un mundo voluntario: al volverse loco, el hidalgo rompe con una personalidad a la que le condenaban las circunstancias, su tiempo y su espacio. Por medio de la locura, se escapa de su realidad cotidiana. Ahora puede buscar una nueva personalidad, a través de la imitación de los modelos que admira, de ahí el nuevo nombre, que significa para él una nueva identidad y una nueva vida.

– Un mundo transformado: el mundo voluntario de don Quijote hace que este transforme la realidad que le rodea: ve gigantes donde hay molinos, ejércitos donde hay rebaños, etc. Su formidable voluntarismo se mantiene firme hasta la segunda parte, pero entra en decadencia a partir de su descenso a la cueva de Montesinos, se expresa en la afirmación de su desfallecimiento al final de la aventura del barco encantado y acaba en completa bancarrota espiritual cuando proponer a Sancho el innoble trato de creerle lo que este dice del vuelo en Clavileño a condición de que Sancho le crea a él lo de la cueva de Montesinos, derrumbamiento que se manifiesta también cuando se rebaja a preguntar por ello a la cabeza encantada, como también había hecho con el mono adivino.

– Un mundo fingido: una serie de personajes “siguen la corriente” a don Quijote, aparentan creer que el mundo transformado es el real. Unos lo hacen para reírse de él (el ventero, los condes…) otros para intentar curarlo (el bachiller Sansón Carrasco, el cura…).

– El mundo “real”, el objetivo, del que don Quijote huye a toda costa.

Sancho Panza

Representa al hombre llano, con una enorme sabiduría popular, práctico y materialista. Es lo opuesto a su amo: bajo y barrigudo, prudente, analfabeto, casado y pacífico. Acepta servir a don Quijote por su simpleza y por la recompensa prometida de una ínsula. El personaje, síntesis del tonto de la tradición folclórica, del bobo del teatro y parodia del escudero de las narraciones caballerescas, se transforma durante la narración en un ser complejo, independiente, que duda y cree, miente y es engañado, ríe y llora, se muestra discreto y tonto; pero es siempre bueno y compasivo.

El escudero actúa de acuerdo con el sentido común y ve la realidad tal como es, y así se lo repite constantemente a su amo. Poco a poco va tomando cariño por don Quijote y se enorgullece de serle fiel:

«… no tiene nada de bellaco, antes tiene un alma como un cántaro: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia ninguna; un niño le hará entender que es de noche en mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga. (II, capítulo 13)

 

Su quijotización empieza a manifestarse ya en la primera parte: en su imitación de la fabla caballeresca, en su credulidad ante la ficción de la Micomicona y en su conducta en la batalla de su amo con los cueros de vino. Esta quijotización de Sacho se consuma en la segunda parte de la novela: es manifiesta en su actuación superior ante su mujer, con la cual adopta una conducta semejante a la de don Quijote con él; en su astuto encantamiento de Dulcinea, que después acaba creyendo él mismo ante la duquesa; en las invenciones que dice haber visto en el vuelo de Clavileño; en su actuación como gobernador de Barataria; en el lenguaje elevado que utiliza en alguna ocasión, e incluso en su empeño en alentar al mismo don Quijote —en el lecho de muerte— a que ambos se dediquen a la vida pastoril.

Personajes del hogar y de la aldea de don Quijote

Son el ama, la sobrina, el cura, el barbero y el bachiller Sansón Carrasco, que constantemente intentan hacerlo desistir de su delirio y volver a su hogar. Es una de esas tretas la que devuelve finalmente a don Quijote a su hogar, después de que Sansón Carrasco se haga pasar por el caballero de la Blanca Luna, derrote al hidalgo y obtenga su promesa de abandonar la caballería andante.

Otros personajes

Por las páginas de la novela desfila una variopinta galería de personajes, extraídos de la realidad social de la época, de la literatura anterior o inspirados en la biografía del escritor. Arrieros, clérigos, nobles, pastores, presidiarios, prostitutas, etc. se presentan en los caminos y lugares que don Quijote y Sancho recorren, especialmente en las ventas. Por boca de don Quijote aparecen asimismo numerosos personajes de las novelas que ha leído.

El espacio en el Quijote

 

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En el comienzo del Quijote se descubre que, a diferencia de los libros de caballerías, localizados espacialmente en lugares lejanos, exóticos o imaginarios, las andanzas de don Quijote transcurren en una geografía real y cercana, conocida, en La Mancha, es decir, aquí al lado, y no en las legendarias tierras del Preste Juan de las Indias.

Sin embargo, en el Quijote se narran tres salidas o viajes cuya deliberada imprecisión geográfica imposibilita la delimitación objetiva del itinerario seguido. Casi nada puede saberse con certeza, ni el lugar manchego de donde parte don Quijote, ni el enclave de la venta donde es armado caballero, ni el de la venta de Juan Palomeque, ni el pueblo del Caballero del Verde Gabán, ni el enclave de las bodas de Camacho, etc. Tan sólo podemos estar seguros de algunas referencias explícitas, como las del Campo de Montile, Puerto Lápice, El Toboso, Sierra Morena, el río Guadiana, el Ebro, Barcelona, y algunas otras.

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En suma, un itinerario deliberadamente inconcreto, vago, real y simbólico a la vez. Un espacio manchego —con el añadido de Barcelona; y los enclaves de Andalucía, Florencia y Argel en las novelas intercaladas— que no se describe directamente y que, sin embargo, produce una extraordinaria ilusión de realidad por la magistral elaboración poética a que ha sido sometido, tanto en sus paisajes como en sus gentes.

Conviene también destacar —así lo ha hecho Moreno Báez— la simetría perfecta en la ordenación de los núcleos espaciales de ambas partes de la novela. La primera tiene como centro la venta de Juan Palomeque: por ella pasan don Quijote y Sancho, de ella parten hacia Sierra Morena —el lugar más alejado—, por ella pasan el cura y el barbero, y en ella se detienen todos en su regreso al punto de partida. Esta función es desempeñada en la segunda parte por el castillo de los duques, centro espacial de la segunda parte: allí se detienen don Quijote y Sancho, de allí parten para Barcelona —el punto más alejado—, por allí pasa Sansón Carrasco a la ida y a la vuelta, y allí se vuelven a detener don Quijote y Sancho en su regreso definitivo.

El tiempo: desajustes cronológicos

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Ya en su comienzo se descubre que, a diferencia de los libros de  caballerías, localizados temporalmente en épocas remotas, el Quijote transcurre en un tiempo cercano («no ha mucho tiempo«), es decir, casi ahora y no en tiempo de Maricastaña, como señala Torrente Ballester.

La cronología interna del relato, el tiempo del discurso, mantiene casi siempre un orden lineal, acorde con la sucesión temporal de los hechos de la historia. Don Quijote emplea, en sus dos primeras salidas, treinta y ocho días, repartidos en dos días para la primera, dieciocho días de descanso en casa y otros dieciocho para la segunda. El recuento se da minuciosamente en el relato. Tan minuciosamente como que los detalles que nos dice Cervantes, de ser el primer día viernes (recuérdese que «Acierta a ser viernes aquel día» y por eso en la venta le sirven bacalao) y caer el último en domingo (recuérdese la llegada a la aldea de don Quijote enjaulado a la mitad del día en que por ser domingo todo el vecindario se hallaba en la calle), marcan un espacio de tiempo de exactamente 38 días que van de un viernes al sexto domingo siguiente. Si a esto añadimos que la carta de don Quijote a Dulcinea, escrita el día vigésimo sexto de estos treinta y ocho, está fechada en Sierra Morena el 22 de agosto, según la edición príncipe, o el 27 del mismo mes, según la rectificación de la edición de Bruselas de 1608, nos vemos obligados a situar la acción de la novela, puestos ya a atribuir la máxima verosimilitud al relato cervantino, o bien en el año 1600 (caso de la carta fechada el 22), con los 38 días entre el 28 de julio (primer día) y el 8 de septiembre (último día).

Pero, por motivos nunca explicados del todo, la cronología del relato resulta desconcertante en sus frecuentes desajustes, que hacen imposible una ordenación lógica del transcurso temporal del Quijote.

  • La primera salida de don Quijote se produce en dos días de un mes de julio y, sin embargo, el ama cuenta tres días (capítulo 5, 1ª parte).
  • En un mismo día los huéspedes de la venta cenan dos veces y hasta podríamos decir que tres.
  • La segunda salida, antes de cuyo inicio pasan unos diecisiete días (capítulo 6, 1ª parte), abarca algo menos de un mes y tiene su referencia temporal más precisa en la fecha del 22 de agosto (libranza de pollinos de don Quijote a Sancho, capítulo 25, 1ª parte), con lo cual se contradicen las referencias a la siega, en pleno mes de agosto, en boca de Sancho y de Juan Palomeque.
  • Es imposible delimitar con precisión el tiempo transcurrido en Sierra Morena.
  • Es igualmente confuso el tiempo que pasa la comitiva de don Quijote pasa en la venta (novelas intercaladas y otros sucesos).

La cronología de la segunda parte es aún más disparatada:

  • Antes de la tercera salida transcurre casi un mes (capítulo 1, 2ª parte), ¿cómo es posible que en tan poco tiempo la primera parte esté ya publicada y haya sido leída, si solo en traducirla el morisco aljamiado había invertido un mes y medio.
  • Con elo se contradice también la decisión de ir a Zaragoza, donde de allí a pocos días se celebran las fiestas de San Jorge (capítulo 4, 2ªparte), patrono de la caballería aragonesa cuya festividad coincide con el 23 de abril.
  • Otro disparate cronológico viene dado por la fecha del 20 de julio (carta de Sancho a su mujer, capítulo 36, 2ª parte) y, encima, del año 1614.
  • La llegada a Barcelona aporta un motivo más de desconcierto: se produce en la víspera de San Juan Bautista (probablemente la festividad de Degollación, el 29 de agosto; o la de Natividad, el 24 de junio).

Esta disparatada cronología del relato ha recibido interpretaciones diversas, y en todas partes puede haber algo de verdad: descuidos y olvidos de Cervantes, manifestaciones de la ironía y el perspectivismo, atención al tiempo mitológico  y no al real, mayor preocupación por la verdad poética que por la histórica…

Lo cierto es que la consideración del tiempo del discurso como elemento fundamental en la estructura narrativa es un hallazgo de la novela posterior a Cervantes, que también en este orden fue un renovador al romper la secuencia lineal del relato en favor de la simultaneización temporal de lo ocurrido a Sancho en el gobierno de Barataria y a don Quijote en el castillo de los duques: dedica alternativamente un capítulo a cada uno (capítulos 44 y 45 de la 2ª parte), quedando relacionado y homogeneizado el tiempo de ambos focos espaciales mediante las cartas cruzadas.

La técnica narrativa

La técnica narrativa del Quijote se caracteriza por la originalidad con que Cervantes retoma los recursos y elementos habituales de la literatura de su época y, sobre todo, por una complejidad basada en los siguientes rasgos:

Los distintos narradores

La obra se caracteriza por la polifonía, es decir, la existencia de distintas voces narrativas. La novela está planteada desde una doble perspectiva: un narrador y un cronista.

El narrador principal 

Cervantes, convertido en personaje, encuentra y «traduce» la historia, parodiando así un recurso habitual en estas obras. Esta intromisión en la ficción como narrador-editor, que pone en manos de los lectores la obra, le permitirá hacer los comentarios que considere oportunos, pues la conoce de antemano. El autor dice haber leído la historia (interrumpida en el capítulo VIII) en los Anales de la Mancha; después, la fortuna le hace encontrar el resto de un manuscrito arábigo, que ha de traducir. La figura del narrador adquiere, por tanto, un tratamiento muy moderno: se trata de un narrador con un punto de vista externo a la narración, que respondería al enfoque tradicional del narrador omnisciente. Sin embargo, no se presenta a sí mismo como tal, sino como alguien que solo dispone de los datos que el historiador proporciona en un manuscrito y que actúa como intermediario entre el cronista y el lector.

El narrador cronista

Un autor ficticio presentado como verdadero, Cide Hamete Benengeli, al que presenta en el capítulo IX, como primer autor, para lo cual además necesita un traductor morisco. Contribuye así al juego dialéctico entre historia y poesía (verdad/verosimilitud) propio de la época, llevado al extremo, pues hace incluso que sus personajes conozcan la primera parte de la obra, ya publicada.

El recurso del manuscrito encontrado abre grandes posibilidades, pues produce un distanciamiento del autor a través de una actitud crítica ante la veracidad del relato encontrado. El juego de autor, traductor, narrador y lector ofrece perspectivas y lecturas distintas. El hallazgo del manuscrito encontrado se pone al servicio de la parodia y del juego entre realidad y ficción.

«Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero, y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante.[…]
Le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo.»

 

El perspectivismo se da en la polifonía ya descrita. Cervantes ofrece varias versiones de un mismo hecho, mezclando con naturalidad lo trivial con lo serio (reflexiones sobre la condición humana, por ejemplo), de manera que se ve en la actuación y el pensamiento de los personajes, y también la opinión del narrador; de esta forma, evolucionan y pasan de objetos de burla y ridiculización, en la primera parte, a ser tratados con una mayor humanidad y conmiseración, en la segunda. Esta progresiva riqueza psicológica que ganan los personajes obliga al lector a rehacer continuamente sus conclusiones.

Narradores-personajes

El Quijote de 1605 no se ciñe a la acción central, sino que se convierte en relato marco de varias historias que ocupan buena parte de la novela y que nos permiten reconocer la literatura de la época de Cervantes, e incluso anterior. Son historias de diversos personajes con quienes los protagonistas se van encontrando, y que van narrando para estos sus vidas y aventuras.

Los relatos de estos personajes constituyen muestras de las diversas corrientes narrativas del Renacimiento. Así, podemos hablar de la novela pastoril en el encuentro con la hermosa Marcela; de la novela sentimental y de tema amoroso, que se desarrolla con el relato de los amores de Luscinda y Cardenio y de Fernando y Dorotea, o con la lectura que todos hacen una noche, en la venta, de la novela El curioso impertinente; está también presenta la novela morisca, en el relato del cautivo y la mora Zoraida (relato que recoge bastantes aspectos biográficos del propio Cervantes), etc.Pero, además de estas historias, la primera parte está salpimentada

Pero, además de estas historias, la primera parte está salpimentada con canciones y sonetos recitados por diversos personajes. Son composiciones con las que Cervantes parece querer dar cuenta de sus posibilidades como poeta.

Por otra parte, son muy importantes los discursos del protagonista o de otros personajes, a través de los cuales Cervantes vierte sus propias opiniones sobre diversos temas: es el caso del discurso de la Edad de Oro o el de las armas y las letras, pronunciados ambos por don Quijote, o el coloquio del cura y el canónigo sobre los libros de caballerías.

Los juegos metaliterarios en la segunda parte

La novela en su conjunto se caracteriza por la constante presencia de alusiones a la literatura de su época y a obras literarias concretas. Observamos casos como los siguientes:

  • Hay constantes referencias a la primera parte. Cervantes contempla con perspectiva critica el Quijote de 1605, e introduce el debate (suscitado ya en su propia época) sobre las interrupciones de la acción central. Pero las referencias no quedan ahí: los protagonistas se presentan ahora como personajes famosos, sus andanzas son conocidas en todas partes gracias al éxito de la novela que recoge su historia.
  • Muy especial es la alusión al Quijote de Avellaneda. Conocido como el Quijote apócrifo, apareció en 1614 y se presentó como la continuación de la novela de Cervantes. Este conoció el libro mientras redactaba la segunda parte, y su aparición lo llevó a alterar sus planes para los personajes con la finalidad de diferenciar su argumento del de su final:
Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia: sin duda vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego.
Y poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó don Quijote y, sin responder palabra, comenzó a hojearle, y de allí a un poco se le volvió, dicienddo:
—En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma como ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza: y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá entender que yerra en todas las demás de la historia.

La parodia

Los elementos que Cervantes pone al servicio de la parodia son:

  • El propio personaje: todos los elementos para convertirse en caballero andante (armadura, caballo, nombre, escudero y amada) contribuyen a forjar la imagen paródica del mismo: su figura e indumentaria son anacrónicas; su escudero, un campesino que monta en burro; la amada, una vulgar mujer del pueblo, a la que llama Dulcinea del Toboso; y su nombre, que incluye un sufijo despectivo (-ote), deriva de una parte de la armadura que protege los muslos del guerrero.
  • El realismo del universo novelesco: sitúa la acción en un lugar concreto y poco heroico: La Mancha, árida y seca, tierra de honrados y vulgares campesinos, frente a la idealización de las novelas de caballerías, con lugares lejanos y exóticos.
  • El hidalgo es casi contemporáneo al autor. Conviene recordar que las hazañas de los héroes caballerescos se remontaban a tiempos lejanos.
  • Extensos parlamentos en lenguaje rimbombante y rebuscamientos exagerados, característicos de muchos de estos libros, puestos irónicamente en boca de don Quijote. Su lenguaje, al igual que su figura, causa sorpresa. Esto contrasta con el habla coloquial y vulgar de Sancho Panza, plagada de refranes y frases hechas. En la obra aparecen diferentes lenguajes que sirven para ironizar los géneros y estilos literarios de la época: caballeresco, pastoril, picaresco, etc.
  • El humor: el carácter cómico del personaje se acentúa sobre todo en los primeros capítulos. A veces es el lenguaje el que provoca situaciones humorísticas a través de confusiones verbales, diálogos relacionados con lo escatológico o erótico, y formaciones léxicas anómalas, como baciyelmo (bacía de barbero como yelmo).

La obra no es solo una parodia de los libros de caballerías, pues la confluencia de diversos géneros, la presencia de diversas voces narrativas y la evolución de los personajes hacen que el lector deba ir modificando su perspectiva en connivencia con el autor.

 

Lenguaje y estilo

El lenguaje del Quijote es un acabado resumen de la variedad de estilos típica del Renacimiento. En él se combina el estilo elevado con el propio de la parodia burlesca, el habla culta con la popular —de acuerdo con la condición social de los personajes—, las disquisiciones[5] eruditas con los refranes y dichos de profundo saber popular, etc.

El denominado decoro poético, según el cual los personajes debía emplear un habla acorde con su estatus social y cultura, conlleva que en la obra aparezcan diferentes registros de habla.

Registro del narrador

Corresponde  a la prosa culta de finales del XVI y principios del XVII, pero sin afectaciones ni oscuridades innecesarias. El propio Cervantes, en el Prólogo a la primera parte, explica su concepto de estilo, muy cercano al que defendía Juan de Valdés:

«Procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuese posible vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos, sin intrincarlos ni oscurecerlos».

Registro de los protagonistas manifestado por medio de los diálogos

Don Quijote, a su vez, manifiesta dos estilos diferentes: el que corresponde a esa imitación de los modelos caballerescos y el del extramundo o mundo real.  Cuando don Quijote se refiere a asuntos de caballería se muestra tan anacrónico en el lenguaje como en su vestimenta, utilizando términos y expresiones arcaicas: non fuyades, vil villano; tente, ladrón, malandrín, follón; agora lo veredes…

Sin embargo, cuando no se trata de asuntos de caballerías, don Quijote muestra en su lenguaje tanta precisión como juicio en sus razonamientos. Así, corrige con frecuencia no solo a Sancho, sino a otros personajes que hacen un uso incorrecto del castellano:

«—Principalmente, decían, que sabía la ciencia de las estrellas y de lo que pasan, allá en el cielo, el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.
—Eclipse se llama, amigo, que no cris, el oscurecerse de esos dos lumniares mayores— dijo don Quijote.
Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:
—Asimesmo adivinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.
—Estéril queréis decir, amigo— dijo don Quijote

Sancho muestra un estilo muy diferente al de su señor, como corresponde a su diferente educación y posición social. El habla de Sancho reproduce el vocabulario, los giros y las expresiones propios de un rústico, así como la riqueza de sentencias manifestada en el constante empleo de refranes que llega a abrumar a don Quijote:

—Eso Dios lo puede remediar— respondió Sancho—, porque sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen, por salir, unos con otros; pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí delante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo; que en casa llena, presto se guisa la cena; y quien destaja no baraja; y a buen salvo está el que repica; y el dar y el tener, seso ha de menester.

Igual ocurre con el resto de personajes: cada uno de ellos nos indica por medio de sus palabras cuál es su nivel cultural, su estado de ánimo, su personalidad. En definitiva, los personajes del Quijote quedan perfectamente individualizados por su forma de hablar.

Junto a ello hay que considerar la finalidad humorística:

El modo de hablar de ciertos personajes contiene también eficaces elementos humorísticos, tanto por lo que afecta a los que de sí son graciosos (como Sancho) como aquellos que sencillamente dicen tonterías (el ventero Palomeque, el Primo, doña Rodríguez, Pedro Recio, el labrador Miguel Turra). La ironía de Cervantes desborda en los momentos más insospechados y adquiere gran fuerza cuando es totalmente gratuita, como cuando el ama afirma: «gasté más de seiscientos huevos, como lo sabe Dios y todo el mundo, y mis gallinas, que no me dejarán mentir.»

Martín de Riquer, Variedad estilística del Quijote

Significativa es la presencia en una obra tan literaria como la cervantina de recursos propios de la tradición oral: la dualidad de narradores, la ambivalencia del léxico, las sonoridades y los ritmos, el uso de deíctico y el recurso al apóstrofe, la proyección del gesto o de la imagen, la dramatización del relato, los juegos equívocos de la primera persona, la atención a las inflexiones de la voz, las técnicas de puesta en escena, los incisos del narrador…

Todos los recursos de la obra, desde los diferentes tipos de lenguaje (arcaico, culto, vulgar, empleo de refranes y dichos) a los recursos propios de la tradición oral (sonoridades y ritmos, deícticos, variedad de narradores, importancia del gesto, juegos de palabras, etc.) contribuyen además a la formación de un lector moderno, capaz de descifrar todos estos códigos y el carácter polifónico del texto. Un nuevo lector entendido y cómplice, a quien dirige prólogos y preliminares que reclaman su colaboración, que se deja llevar, pero no engañar, por tantos embaucadores cervantinos maestros en el arte de hablar. Estamos ya ante la creación del lector moderno: un lector escéptico que erigirá la duda en sistema.

En cuanto a los recursos estilísticos, los más frecuentes son los siguientes:

  • Voces de diferentes lenguas. Desde las frases latinas empleadas por personajes cultos (don Quijote, el cura, Sansón Carrasco…) hasta algunas expresiones italianas (o la jerga italianizada de los peregrinos que acompañan a Ricote) y muchas palabras árabes (relato del cautivo), pasando por la deformación del alemán Geld (dinero) en guelte (en boca de los compañeros de Ricote).
  • La sinonimia. Su empleo es muy abundante, y con frecuencia se llega a lo que Rosenblat llamó la sinonimia glosada, en la cual un término o frase (habitual) explica el significado del otro (problemático o ambiguo).
  • La antítesis. Son muy frecuentes en el Quijote, en el que abundan ejemplos de acumulaciones de antítesis y también ejemplos de lo que Hitzfeld llamó antítesis armonizada.
  • Los juegos de palabras. Hay un auténtico derroche verbal en esta obra. A veces se trata de un simple juego de palabras, paradoja, dilogía, paronomasia. Pero lo más interesante es su empleo combinado con la antítesis, el oxímoron, la anáfora, la intencionalidad irónica y el juego con la misma forma gramatical de las palabras.
  • La expresión elíptica. El juego de la elipsis y con el zeugma —variante de la elipsis— se mantiene desde el principio hasta el final de la novela. Su uso sistemático contribuye al logro del ritmo rápido y a la fluidez y agilidad del diálogo, en el que abundan los casos de encadenamiento entre palabra y réplica por medio del zeugma.
  • La comparación y la metáfora. También son recursos básicos en la retórica del Quijote. Más que la novedad o la brillantez de las comparaciones y metáforas destaca la adecuación de su empleo acorde con cada situación y con el personaje que habla, desde la condición culta de don Quijote y otros personajes hasta la vulgar de Sancho y otros rústicos. En todo caso, salvo en algunos pasajes deliberadamente rebuscados —parodia—, siempre sobresale su naturalidad y su espontaneidad.

Como vemos, la lengua del Quijote es, en suma, una magistral síntesis de diferentes estilos y de distintos niveles de habla. Y Cervantes logró dar cima a su genial creación permaneciendo fiel a su ideal lingüístico —practicándolo o parodiando cuanto se apartaba de él— enunciado en boca del mismo don Quijote que aconseja a Sancho: «habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala.»

Intención y sentido

El propósito explícito del Quijote es, sin duda, la parodia burlesca de los libros de caballerías. De hecho, fue leído como un libro exclusivamente cómico durante los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, desde el Romanticismo hasta hoy los lectores de la novela ven en ella una defensa del ideal — el ansia de libertad, el valor, la fe, la justicia, el amor absoluto hacia una amada inventada (Dulcinea), etc.— en un mundo en que los grandes ideales han perdido su sentido.

Estas dos interpretaciones —libro cómico / libro romántico— son probablemente insuficientes. El supuesto romanticismo del libro es un anacronismo: Cervantes defiende los ideales del mundo renacentista, no los ideales románticos. Tampoco la mera comicidad puede explicar el libro. Los libros de caballerías ya estaban muy desacreditados intelectualmente y no tendría mucho sentido componer una obra tan esforzada y ambiciosa como el Quijote simplemente para parodiarla. En verdad, la locura inquebrantable del protagonista contra todo sentido común y contra toda experiencia acaba por hacer patético al personaje y termina por producir la compasión del lector.

La novela —además de una novela humorística y de plantear ideas de alcance universal— es, primordialmente, un libro de crítica y teoría literaria y un notable fresco de la vida española de su tiempo.

Como libro de crítica y teoría literaria se puede apreciar que en el Quijote los personajes hablan constantemente de literatura y en ella se vierten los más diversos juicios sobre los géneros literarios en boga en el siglo XVI. Además, se exponen de modo teórico conceptos e ideas sobre temas, géneros y formas literarias. Aun más, la obra misma es un ejercicio de experimentación literaria: en el Quijote se encuentran relatos pastoriles, moriscos, cortesanos, poemas, diálogos, etc.

La gran novela es también un retrato social: por sus páginas desfilan nobles, hidalgos, escuderos que buscan recuperar una posición social digna, labradores ricos o míseros labriegos, unidos en su afán de medro y ascenso social, moriscos perseguidos, etc. Alonso Quijano retrata a uno de esos hidalgos manchegos que, ante la hostilidad de los villanos y el desdén de la alta nobleza, desean ascender socialmente. Su vida triste y mediocre le impulsa a huir de la aldea y cambiar de vida. Con absoluta lógica, sus desvaríos se relacionan con los libros de caballerías que ofrecen la imagen más perfecta y hermosa de su esplendor anterior. Ello aclararía la opinión adversa de los nobles encumbrados, que podía explicar el Quijote de Avellaneda.

Sancho Panza, por su parte, responde a la perfección al labriego pobre que ansía a prosperar con su mezcla de agudeza y estupidez, ingenio e ignorancia. El recelo y la socarronería son sus únicas armas de autodefensa en una sociedad hostil.

En fin, ambos personajes serían un reflejo abreviado de una sociedad donde el deseo de mejorar social y económicamente es una obsesión generalizada. Cervantes estaría parodiando la ilusión caballeresca y pastoril, la utopía humanista típica del XVI, que es ya una respuesta inútil a los problemas de la España del momento. En el transcurso de la obra, los dos protagonistas lograrán un conocimiento de la dura realidad. La lección final sería, pues, comprender, en conocida expresión cervantina, que cada uno es hijo de sus obras y vale tanto cuanto valgan ellas.

[Textos extraídos de la edición digital de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, realizada por la Biblioteca Nacional de España y el Ministerio de Cultura; la edición digital de Don Quijote de la Mancha, realizada por el Instituto Cervantes y dirigida por Francisco Rico; la edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, dirigida por Andrés Amorós para la editorial SM; la edición de Don Quijote de la Mancha, realizada por Ángel Basanta, para la editorial Anaya; del artículo «Itinerario y cronología en la segunda parte del Quijote» de José María Casasayas, publicado en Anales Cervantinos, XXXV, 1999;  ]