El sabio cronista y el manuscrito encontrado

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Los libros de caballerías fingen ser traducciones de antiguos libros escritos en lengua extranjera (griego, latín, árabe, inglés, etc.) por algún sabio cronista y hallados en circunstancias excepcionales. El original reviste la forma inicial de una crónica y el cronista en cuestión emplea los recursos propios de la historiografía. El verdadero autor de la obra se presenta entonces como simple traductor de un libro ajeno, lo que le permite un juego de distanciamientos y perspectivas en relación con la narración y salvaguardarse de las críticas y censuras que pudiera recibir. El título, las piezas preliminares y el colofón ofrecen ya esta información e imagen de la obra.

Cervantes recurre a este tópico en El Quijote para crear un artificio narrativo que él complica hasta el infinito. Cervantes ensaya el procedimiento del manuscrito encontrado, inventa un historiador moro al que atribuye la autoría de la obra, un traductor que la vierte al castellano y se sitúa él mismo —mejor dicho, su figura también ficcionalizada— como «segundo autor», que mediante un narrador omnisciente en grado sumo, entrega dicha historia a los lectores. En tan fecundo proceso el punto de vista se ha desplegado en múltiples perspectivas.

La técnica del manuscrito encontrado, además de ser parodia del mismo recurso empleado en los libros de caballerías y de dar mayor ilusión de verdad a los hechos de don Quijote, e s manejada como procedimiento del que se derivan hallazgos importantes:

cide-hamete-benengelia) El historiador moro Cide Hamete Benengeli es el primer «autor» del Quijote.

b) El morisco aljamiado es su primer traductor (del árabe al castellano).

c) Cervantes, ficcionalizado también en la obra, resulta ser así el segundo autor, el cual, por medio del narrador, entrega a los lectores una historia acerca de la cual puede comentar y opinar cuanto le parezca oportuno.

d) Los primeros lectores quedan también ficcionalizados en la segunda parte, pues algunos personajes de ella ya han leído la primera parte.

e) La omnisciencia y la libertad del narrador son inmensas, porque conoce de antemano toda la historia por la lectura de su traducción.

En este juego de autores y narradores, en el que combinan la historia de Cide Hamete, la traducción del morisco, los comentarios del autor implícito y las intervenciones del narrador, además del punto de vista de este o aquel personaje, la inmensa libertad creadora preside todo el proceso y está indisolublemente ligada al complejo perspectivismo múltiple: ¿quién garantiza la verdad de lo escrito por el historiador moro, siendo él verdadero como historiador y mentiroso como árabe? ¿Quién garantiza la fidelidad de la traducción del morisco?

El juego de autor moro, traductor morisco y narrador cristiano hace posible cualquier perspectiva imprevista. Por eso abundan en el texto los comentarios que el «autor segundo» prodiga sobre Cide Hamete (Capítulo 9, 1ª parte), las anotaciones del traductor (Capítulo 5, 2ª parte), las advertencias de Cide Hamete (Capítulo 24, 2ª parte) e incluso las quejas que el autor moro —¿cómo es posible?— expresa acerca de la traducción (Capítulo 44, 2ª parte).

Todo ello es hábilmente manejado, bien con el fin del salvar la verosimilitud de lo narrado en un capítulo (por ejemplo, la actuación de Sancho ante su mujer en el capítulo 5 de la 2ª parte), bien como vehículo para el despliegue de la ironía y el humor (el juramento «como católico cristiano» del autor moro (capítulo 27, 2ª parte), bien para complicarlo todo aún más, como en las contradicciones y desmentidos que en el capítulo 24  de la 2ª parte revelan autor moro, traductor morisco, narrador cristiano y hasta el mismo don Quijote —narrador de su descenso a la cueva de Montesinos; o en ese simple encabezamiento de un párrafo bin ilustrativo del perspectivismo múltiple: «Digo que dicen que dejó el autor escrito…» (Capítulo 12, 2ª parte).

don-quijote[1]