La España del siglo XVII

Las-Lanzas.jpg
La rendición de Breda de Velázquez (es.wikipedia.org)

El siglo XVII fue una época de crisis y decadencia que refleja el declive experimentado por la monarquía hispánica , y que contrasta con lo ocurrido en la centuria anterior. A comienzos del siglo XVII la decadencia del Imperio español comienza a acelerarse en un proceso tan rápido que, en pocas décadas, culminará con la pérdida de buena parte de las posesiones europeas.

El Imperio español en la época de Felipe II llegó a cubrir 20 millones de kilómetros cuadrados.

Las causas de este declive habían empezado a gestarse ya desde mediados de la centuria anterior (gastos excesivos en enfrentamientos bélicos y en aspectos administrativos muy complicados en un imperio tan extenso). Las consecuencias se manifiestan en una aguda crisis económica: las condiciones de vida de los campesinos, fuertemente reprimidos por los señores, son cada vez peores y la industria y la banca experimenta una brusca caída. Esta situación tiene su reflejo también en el terreno político y social.

Desde un punto de vista político, los Austrias del siglo XVII (Felipe III; Felipe IV y Carlos II) mostraron menor capacidad e interés por los asuntos del gobierno que sus predecesores. De ahí que delegasen el poder en personas de confianza conocidas como validos, que instauraron la corrupción y el nepotismo en la práctica política.  Mientras tanto, la vida de la corte se impregna de un lujo autocomplaciente, que supone un fuerte contraste con la crisis económica que se está viviendo.  El despilfarro gubernamental y la mala gestión del Estado lleva a varias bancarrotas sucesivas. Todo el oro y la plata de Potosí (la actual Bolivia) no bastó para costear las pompas de la corte y las guerras en Flandes. La riqueza llegada de América y se gastaba en Europa.

En el plano económico, el siglo XVII fue un periodo de contracción como consecuencia de tres factores: la crisis del sector agrario, lastrado por las malas cosechas, la pérdida de población y los altos tributos nobiliarios; la recesión de las actividades industriales por la caída de la demanda y la creciente competencia exterior; y el declive del comercio, pues la armada española perdió su capacidad para controlar las rutas transoceánicas.

Como consecuencia, se vivió un periodo de crisis demográfica agravada por la propagación de epidemias, por las continuas guerras, por la creciente emigración a América y por la expulsión de los moriscos en el año 1609.

Esta decadencia derivó en un profundo deterioro de la sociedad, polarizada en un sector minoritario de nobles y eclesiásticos que vivían de las rentas, y una mayoría que sobrevivía en condiciones precarias. Ante la ruina del campo, muchos se trasladaron a las ciudades, donde subsistían dedicados a la mendicidad o a la delincuencia.

La sociedad percibe esta situación  de forma contradictoria: por una parte, la época imperial está próxima a quedar en el pasado, lo que despierta la nostalgia por ese tiempo de esplendor y una cierta resistencia a admitir que está desapareciendo. Por otro lado, el empobrecimiento es demasiado evidente para ignorar el panorama de decadencia.

Además, la crisis social se agrava por la creciente tensión entre la burguesía y la nobleza. La burguesía se había fortalecido durante los siglos anteriores, lo que despierta recelos en la nobleza, la clase más conservadora y temerosa de perder sus privilegios. Para mantenerlos, los nobles intentarán establecer alianzas con la Iglesia.

El resultado es una visión del mundo marcada por los contrastes: el espejismo del reciente pasado glorioso convive con la decadencia; el derroche de la corte y de los nobles se produce en  tiempos de escasez económica; la corrupción de los cargos políticos coexiste con actitudes patrióticas exageradas y el deseo de disfrutar de los placeres mundanos se da al mismo tiempo que las manifestaciones de religiosidad.

La religión, o mejor dicho, las diferencias religiosas están precisamente en el origen de la Guerra de los Treinta Años, que, surgida en las tierras del imperio germánico, acaba por involucrar en ella a las principales potencias europeas (España, Francia, Suecia…). Aunque dada la larga duración del conflicto, las alianzas entre los países son muy variables por motivos tácticos, hay un enfrentamiento básico entre los partidarios de la Reforma protestante y los católicos, adalides de la Contrarreforma. En general, los países del norte son más proclives al espíritu protestante, en tanto que los del sur de Europa son los defensores del catolicismo y del papado. Acabada esta larga guerra, los Estados territorialmente más poderosos (España, el imperio germánico, Turquía) pierden peso e influencia, mientras que Francia pasa a ser la potencia más importante, e Inglaterra y Holanda despuntan como los países de más porvenir. Tras la paz de Westfalia (1648) con que concluye la Guerra de los Treinta años, comienza la pérdida de la hegemonía española y la rivalidad franco-germana en el continente.

Este vídeo, elaborado por Artespaña, os ofrece un vistazo rápido y completo de la situación de  España  en el siglo XVII:

La película El capitán Alatriste, basada en la novela homónima de Arturo Pérez-Reverte, está ambientada en el siglo XVII. En el siguiente fragmento el escritor Francisco de Quevedo opina sobre la decadencia de España en torno a 1640. Escucha sus palabras:

Este otro vídeo, realizado por RTVE, nos permite conocer mejor la situación de España en el siglo XVII:

Os incluyo un vídeo sobre la vida cotidiana en la España del Siglo de Oro para que entendáis mejor el contexto en que se desarrolló esta literatura:

El siglo XVIII no solo fue un siglo excelente en la literatura, también es el siglo de Velázquez, Rivera, Zurbarán y Murillo. En Madrid, el Museo del Prado guarda muchas de las obras de estos maestros. No os lo perdáis cuando visitéis la capital. Mientras tanto, podéis ver este vídeo: