«…lo que en ellos parecen brazos son las aspas que, volteadas por el viento, hacen andar la piedra del molino»
(Capítulo 8, 1ª parte).
La aventura de los molinos de viento se ha convertido en una de las más famosas de todas cuantas corrió don Quijote. La causa es, probablemente, la fascinación que producen en la imaginación de cualquier viajero esos gigantes alzándose, a lo lejos, contra el terso cielo manchego. Y es que en regiones como La Mancha la escasez de agua impedía utilizar la fuerza de los ríos para mover el mecanismo de los molinos. En cambio, se aprovechaba la fuerza del viento, colocándolos en la alturas de los cerros y en terreno abierto. Por ello los molinos de viento se divisan siempre en la distancia, imponentes, y parece que sus aspas hacen aspavientos al viajero o al caballero.
Molinos de viento en La Mancha
Interior de un molino
Para que las aspas muevan la piedra es necesario que la rotación horizontal del eje que sostiene las aspas, llamado árbol, se convierta en rotación horizontal. Para ello la rueda catalina, movida por el árbol, se engrana por medio de sus dientes en la linterna. Esta rotación se transmite a través de varias piezas a una piedra, la piedra volandera, que rota sobre la piedra solera triturando el grado entre las dos.