Isabel de Vega

Charles Willson Peale, American, 1741-1827 — Portrait of Mrs. John B. Bayard

A pesar de la intensidad que adquiere la cultura escrita en el avance del siglo XVI, las mujeres creadoras siguieron siendo un exotismo apenas visible hasta casi finales del siglo.  Dentro de este grupo de mujeres destaca Isabel de Vega, auténtica rara avis dentro de la oscuridad que cubre la obra poética de las mujeres renacentistas, ya que de ella se conservan nada más y nada menos que una docena larga de poemas, lo que constituye un auténtico corpus que la vincula con las mujeres que aparecieron en el Cancionero general en la Edad Media.

El príncipe y la poeta: investigando sobre la vida de la autora

Carlos de Austria, hijo de Felipe II

Rastrear la vida de Isabel de Vega y sus circunstancias es una auténtica labor de detectives, que ha realizado Nieves Baranda en su magnífico artículo «Isabel de Vega, poeta con musa (Alcalá 1558, 1568), del que está extraída la información que aparece en esta entrada.

El primer problema con el que nos encontramos, nos informa Nieves Baranda,  es lo común de su nombre; por ello, es quizá más oportuno acercarse a la obra de la autora y, a partir de las referencias encontradas en ella, tratar de esclarecer sus circunstancias vitales.

Isabel de Vega escribió un poema dedicado al príncipe don Carlos con esta rúbrica: «Soneto de la misma al príncipe don Carlos de España sobre este verso de David: Omnia excelsa tua et fluctus tui super me transierunt» (1). Esta cita, perteneciente al libro bíblico de los Salmos, se recitaba en el oficio de difuntos, lo que hace sospechar que el poema es una elegía:

Divino ingenio, lengua casi muda
hermoso rostro, cuerpo desgraciado,
valor inestimable no estimado,
con mano larga y de poder desnuda.

Virtud resplandeciente sin ayuda,
rigor y ejecución bien empleado;
benigno, afable, nunca espirmentado,
palabra firme, fe que no se muda.

Alto estrado, grandeza, abatimiento,
prisión y libertad, poca salud
con ánimo constante y sufrimiento.

Pasó sin hacer daño a su virtud
el príncipe don Carlos desdichado,
a quien Fortuna rostro no ha mostrado.

Como puede verse, el contenido del soneto es una larga enumeración descriptiva construida sobre antítesis que subrayan las virtudes del difunto frente a las pocas oportunidades de que gozó y concluye con un pareado que sintetiza conceptualmente el desarrollo.

En 1568, año de la muerte del heredero al trono, no se había extendido aún esa moda de honras fúnebres públicas que asolará el siglo XVII. Por otro lado, las circunstancias de la muerte del príncipe, su larga convalecencia y los problemas políticos con su padre hasta el encerramiento, quizá retrajeron a los aduladores habituales, que prefirieron no ahondar en la cuestión, a pesar de los suntuosos funerales que se le hicieron.

Le dedicaron elegías Francisco de Figueroa, en tercetos; quizá fray Luis de León, si se acepta la discutida atribución de una canción; y Sánchez de las Brozas que escribió un poema en latín. Junto a estos poemas mencionados por la crítica en estudios de poesía funeral y elegíaca, el olvidado poema de Isabel de Vega destaca por su rareza. El Brocense eleva al príncipe a las estrellas, junto a Escorpión; la canción atribuida a fray Luis explica que la muerte no ha esperado más a llevárselo, porque estaba llamado a tal gloria que ella misma hubiera resultado vencida; y Figueroa cortesano celestial en el más allá y lo llama «gloria de la gloria».

A diferencia de estos panegíricos hiperbólicos hasta la desmesura, tan propios de la tradición encomiástica a la monarquía, el soneto de Vega escoge resaltar los valores de una dimensión puramente humana, que contrasta con las circunstancias que le envía un hado adverso y hasta alude a su falta de poder («con mano larga y de poder desnudo»; «alto estado, grandeza, abatimiento; / prisión y libertad»). Si la rúbrica no aclarara a quién iba dirigido, se podría pensar que se describía a alguien afectivamente próximo al poeta.

Precisamente, a partir de este soneto evidentemente cariñoso y muy alejado del tono laudatorio cortesano e inequívocamente falso con que se refieren los otros poetas a la muerte del príncipe Carlos, se pueden deducir algunos  aspectos biográficos de Isabel de Vega. El aprecio que Isabel de Vega muestra por la dimensión humana del príncipe sugiere que lo conoció o que tuvo más noticias de las habituales en un trato distante de la corte o los rumores propios de un entorno más alejado. Con seguridad entre ellos hubo alguna forma de comunicación, directa o por intermediarios.

Muerte del emperador Carlos V

En 1558 moría en Yuste el emperador Carlos. Entre las elegías existe un soneto de Isabel del Vega «a la muerte del emperador Carlos V nuestro señor»:

¡Oh, muerte!, cuánta gloria has alcanzado
triunfando del que triunfos par no tiene;
que triunfes más de nadie no conviene,
pues no hay plus ultra adonde has llegado.

Sosiéguese de hoy más tu pecho airado,
qu'el daño que por ti cruel nos viene
ni el nombre del que en tal dolor nos tiene,
no temas que jamás será olvidado.

¡Oh, César y Alejandro!, que ganaste
tan clara fama por los hechos raros
y con ellos triunfáis en el abismo.

¡Oh, Carlos!, clara luz, que vos volaste
al sumo cielo con triunfos claros
después de haber triunfado de vos mismo.

Parece que la calidad del soneto hizo sospechar al príncipe Carlos de la autoría femenina, ya que en los dos manuscritos conservados va seguido de otro poema, en décimas, cuya rúbrica lee: «De la misma al Príncipe Don Carlos, porque aviendo visto este soneto dixo que no hera possible averle hecho muger». Estamos, pues, ante un diálogo implícito entre el príncipe y la poeta, que recibe noticias desde la corte y prepara una respuesta, solo comprensible si encuentra un cauce para llegar a su interlocutor. Esta es la respuesta de la poeta:

Muy alto y muy poderoso
nuestro Príncipe y señor
dignamente sucesor
del invicto y glorioso
César sacro emperador,
no del reino solamente
mas de aquel temido nombre
y seréis del gran renombre
y del ánimo excelente
con que se engrandece el hombre.
Los que por nuestro albedrío
solo a ciegas navegamos
tan presto nos anegamos
como en el hondo del río
porqu'el vado no hallamos.
Y por eso nos llegamos
al ejemplo de mayores,
porque si bien lo miramos
nuestras obras son mejores
si las suyas imitamos.
Pues viendo que todo el mundo
los pequeños y mayores
con llantos y con clamores
albana al sin segundo
rey de reyes y señores,
quise con humilde celo
de que esto se conservase,
y por no ser en el suelo
sola la que no cantase
las glorias de vuestro abuelo.
Mostrar quise mi rudez
viendo tan gran ocasión,
pero no intención
que viese vuestra grandeza
versos que tan bajos son.
Y de ser mía la obra
la razón está muy clara,
porque ninguno hablara
de tanta materia sobra
que más no la levantara.
Bien sé que fue atrevimiento
entrar yo en tan hondo mar,
pero no pude dejar
de mostrar el sentimiento
que todos deben mostrar.
Con el divino favor
yo espero de aquestos males
que teniéndoos por señor
no sentiremos dolor,
aunque nos queden señales.
Qu'es tal vuestra humanidad
con los que poco valemos,
que muy cierto esperaremos
consuelo en la soledad
del rey que perdido vemos.
Y si nos queréis guiar
por la lumbre de esta estrella
podráos a Belén llevar
do está la luz, que sin ella
no nos podemos salvar.

Los entornos reales son tan reducidos y controlados que debemos preguntarnos quién era esta desconocida Isabel de Vega para lograr que sus poemas llegaran a manos de un joven Carlos adolescente y abrir con ello un diálogo, a pesar de la estrecha vigilancia de los círculos cortesanos siempre atentos al posible reparto de favores.  Las circunstancias de esta relación nos son totalmente desconocidas y, como hemos señalado antes, lo común del nombre de la autora hace difícil su identificación.

Sabemos seguro que Juan Pérez de Moya la cita como poeta en su Varia historia de santas e ilustres mujeres y, además, la sitúa en Alcalá de Henares, precisamente la localidad en la que el príncipe Carlos (1545-1568) vivirá desde 1561 y hasta junio del año siguiente para asistir  a la universidad y nuevamente en 1563.

En 1557 Cristóbal de Vega, eminente catedrático de la universidad de Alcalá de Henares, que tiene pacientes tan notables como la princesa de Éboli, el duque de Medinaceli o María de Mendoza, es nombrado médico de la casa de Felipe II y, por tanto, de don Carlos. La relación entre médico y paciente será estrecha, quizá íntima, dada la complicada salud del paciente. Para trazar un hilo directo entre la poeta y el príncipe, habría sido oportuno que una de las hijas del médico se llamara Isabel, aunque esto parece descartado por las actas de bautismo de los hijos de Cristóbal de Vega, en las que no aparece ninguna Isabel. No obstante,  Álvar Gómez de Castro en una carta fechada en septiembre de 1561 y destinada a un tal «Doctori regio» (Doctor del rey) no identificado, se despide saludando a la familia del médico: «Marcum puerum ingeniosissimum, Isabellam modestissimam puellam» (al ingeniosísimo  Marco, a la modestísima Isabel).  Pese a todo esto, más que intentar buscar una mujer llamada Isabel vinculada o no con la familia del médico de la corte, conviene recordar que para escribir como lo hacía Isabel de Vega era necesario haber recibido una alta educación y que las mujeres de la época solo podían adquirirla en dos entornos: la corte o las familias de la élite intelectual universitaria.

Alcalá de Henares, el entorno cortesano e intelectual de las mujeres humanistas

Vista de Alcalá de Henares en 1565

En Alcalá de Henares tenía un fuerte arraigo la familia Mendoza, cuyas mujeres estaban entre las más cultas del momento: María Pacheco y a su hermana la Condesa de Monteagudo, citadas  por Lucio Marineo Sículo; María de Mendoza, discípula de Álvar Gómez de Castro, Luisa de la Cerda o la princesa de Éboli… quienes se acompañaban por otras damas, hombres eruditos, nobles e intelectuales. A su estela y en el mismo entorno cortesano no desentonarían otras mujeres educadas y con interés por la poesía. El soneto de Isabel de Vega dedicado a un «gran Hurtado», que solo puede ser «de Mendoza», es testimonio de una relación literaria con ese entorno, no solo en el elogio, sino en lo explícito de la protección:

Pues si quiero mostrarme agradecida
al verso heroico con que favoreces
mi musa indigna de tan gran renombre,
atájame entender lo que mereces
y ver que es imposible la subida
a pretender loar tu claro nombre.

Sin nombre de pila no sabemos si el soneto se dirige a  Juan Hurtado de Mendoza, III señor de Torote o a Diego Hurtado de Mendoza, el embajador, hijo del conde de Tendila, porque ambos fueron poetas coetáneos de Isabel de Vega y mantuvieron relación con Alcalá.

En todo caso, parece posible que la vida de Isabel de Vega transcurrió en la corte o quizá en el mundo de los profesores e intelectuales de la universidad de Alcalá, lo que explicaría su relación con las letras, similar a algunas mujeres humanistas de la época, formadas en un medio que tenía fe en el valor de la cultura y que compartía las ideas más avanzadas sobre las mujeres. De ser así la educación y, sobre todo, la dedicación de Isabel de Vega a la poesía procedería de un ambiente similar al que vio florecer a Francisca de Nebrija, Luisa y Ángela Sigea, Lucía de Medrano o Isabel de Vergara.

A diferencia de los hombres, las mujeres gozaban de muy escasa movilidad social, carecían  de una carrera profesional u otras posibilidades de labrar un círculo propio, así que se apoyaban sobre todo en las relaciones de sus círculos familiares, naturales o matrimoniales. En este aspecto los humanistas de alto reconocimiento ocupaban un lugar privilegiado porque, desde su cuna, a veces muy humilde, podían llegar a alcanzar por sus relaciones un amplio espectro de estamentos, incluida la corte. Siendo plebeyo, Cristóbal de Vega, por ejemplo, abarcaba en sus círculos a sus colegas profesionales, a familias aristocráticas y hasta a la familia real. Isabel de Vega, culta, con sus dotes para la poesía, podría llegar a través de las relaciones familiares a relacionarse con el príncipe y los círculos de poetas. Su relación con el príncipe explicaría el extraño soneto a su muerte que hemos citado antes y su relación con los poetas humanistas se plasma en el soneto a Hurtado de Mendoza, en la cita que hace de ella Pérez de Moya y en el poema que escribe a Diego Ramírez Pagán y que este selecciona para la edición de sus poesías:

Dardanio, que tan dulce has celebrado
a Marfira mostrando en su figura
que es digna de tu aviso y tu cordura
en solo celebrarla esté ocupa.

Y aunque tan altamente la has cantado
que a todo el mundo espanta la pintura,
pueden bien entender que hermosura
ninguna llegará do tú has llegado.

El uso de alabarla puede tanto
que solo en alabar pone tu intento,
aunque el sujeto causa no te ofrece.

Pues los loores que en mí sobran tanto
a cuenta de Marfira los asiento
y a Belisa se dé lo que merece.

La presencia de este poema en una edición de los poemas de Ramírez Pagán sugiere que Isabel de Vega gozó de cierta fama en su entorno, porque Ramírez Pagán era un escritor muy  atento a los mecenazgos, sumamente cuidadoso con la imagen y las relaciones, que no iba a introducir a la poeta en su obra si no lo consideraba favorable para su propia representación. La relación entre ambos posiblemente provenía de la época en que Ramírez estudió en Alcalá, donde fue laureado en unas justas poéticas y se codeó con nobles, intelectuales y otros literatos, círculos similares a los que reflejan estos poemas de Isabel de Vega.

La obra poética de Isabel de Vega

Como hemos comentado anteriormente, solo se conservan catorce poemas de Isabel de Vega, lo que, comparado con la obra conocida y recuperada de mujeres escritoras en esta época, es un número muy elevado. El hecho de que se hayan conservado tantos textos nos da una idea de la importancia que esta autora tuvo en su entorno y la buena circulación de sus versos, puesto que resulta excepcional su inclusión en tres cancioneros distintos. Por otra parte, si bien el número de poemas resulta elevado en relación a la difusión de la poesía femenina, no permite tampoco hacer una valoración completa de la poesía de la autora, ya que es más que probable que existiera un corpus poético mucho mayor que hoy se ha perdido. En todo caso podemos señalar los siguientes rasgos de la poesía de Isabel de Vega:

  • La autora se dedica por igual a géneros de la tradición cancioneril y a los de la tradición petrarquista.
  • Predominio del tema amoroso, que se complementa con los circunstanciales.
  • Preferencia por desarrollos breves de carácter conceptual.

Una obra entre la tradición cancioneril y la petrarquista

Isabel de Vega puede situarse por la cronología conocida y las características de sus versos entre los poetas que la crítica denomina del medio siglo, que beben igual de la poesía castellana y de la italiana a través de fuentes impresas. Para la primera contaban con la larga tradición y los modelos del Cancionero general, para la segunda con las obras de Boscán y Garcilaso impresas desde 1453, y ahí están los fundamentos de la poesía de Vega, aunque en ambas se detecten las renovaciones que se introducen por otras vías.

El amor como tema fundamental

En los poemas de influencia cancioneril, Isabel de Vega habla del amor como sufrimiento que el amante debe incluso buscar: las dos glosas abundan en esta idea con un extenso desarrollo, al igual que las coplas «Ni bastan disimular»: «pues mucho más persevero/ mientras más el mal porfía». Aunque los sonetos expresan el servicio de amor y eso implica súplica y sufrimiento, el discurso sale del ensimismamiento al dirigirse a un tú, ya sea una «señora», los «leales amadores» o un interlocutor no explicitado. Con ellos puede establecer argumentaciones que evitan la introspección conceptual para plantear salidas, entre las cuales incluso cierta felicidad o alivio es posible u otros poemas en los que apela  a la razón para dominar al amor. Se trata de conceptos muy presentes en la poesía de Ausias March, de quien parece haber tomado otras influencias.

Vega no sería, por otra parte, una poeta de su tiempo si no pudiéramos detectar alguna influencia de Garcilaso o Boscán, aunque sea casi mostrenca como la que aparece en el soneto «Mi sentimiento está tan ocupado» a través del bien que mora en el alma y con el que se recrea la voz poética, sin embargo, el desarrollo ulterior parece remitir a un léxico religioso con términos como «descubrimiento», «paciencia», «favores» o «clemencia».

El aspecto más llamativo de la poesía amorosa de Vega es la ausencia de una voz poética femenina, como correspondería a la autora. Este problema ha sido cuidadosamente tratado por Elizabeth Boyce y Julián Olivares que lo explican por el decoro que impedía que las mujeres expresaran deseo hacia el hombre y por la existencia de un código poético fuertemente sexuado, donde la casuística amorosa solo contemplaba la posibilidad de un hablante masculino.

Así, el receptor de la época solo vería cuestionada o desautorizada su lectura homocéntrica a través de la rúbrica que reconocía una autoría femenina.

Por esta razón, en el caso de Vega, los poemas áulicos no son los más convencionales, como es habitual, sino los que expresan su identidad, porque en ellos sí se identifica como una hablante mujer: está «agradecida» a Hurtado de Mendoza, no quiere ser «sola» la que no cante a la muerte del emperador, como le dice a su nieto, y es Belisa quien se dirige a Ramírez Pagán. En los dos primeros adopta la posición de inferioridad adecuada, aunque con distintos matices. Para dirigirse al príncipe es. por un lado una súbdita que llora la muerte del soberano y busca una guía en su desvalimiento, por otro una escritora que se califica con los topos de la humilitas, como la mea mediocritas («mi rudeza», «los que poco valemos») o el sermo rusticior («ninguno hablara/ de tanta materia sobra/ que más no la levantara»), por más que el propio texto por su mera formulación de poesía culta cuestione una estas afirmaciones.

En el que dirige a Hurtado de Mendoza existe una clara conciencia autorial al ofrecerse a usar su arte para consolar al poeta, en una identificación implícita con Orfeo: «mi musa con estilo no hurtado/ pusiera a tu tristeza gran consuelo». Las expresiones «mi pluma» y «mi musa», por más que esta pueda calificarse de «indigna» de un modo convencional, solo son posibles en una autora que se considera parte de la sociedad literaria y que entiende sus creaciones dentro de esta esfera intelectual selecta, de donde ha obtenido a su vez el reconocimiento necesario para dirigirse así a otro poeta.

La escasa producción de Isabel de Vega representa un paso cualitativo en la condición autorial de las mujeres escritoras. No se limita a ser una dama para quien la poesía no es más que otra forma de relación elegante en la sociedad cortesana, muestra de unas habilidades destinadas al juego o el galanteo, sino que es una escritora con plena conciencia de serlo. Para que este salto se haya producido no basta con que sea autora de un corpus extenso ni que su actividad de escritora se prolongue en el tiempo, sino que exige a la par el reconocimiento de la sociedad literaria de su época, que por encima de los posibles prejuicios acepta que, aunque su voz tenga que disfrazarse de masculina en algunas ocasiones, el poeta también puede ser mujer y por tanto tener musa.

(1) Se trata de una cita parcial del salmo 41,8, que en su versión completa se inicia: «Abyssys abyssym invocat, in voce cataractarum tuarum; omnia excelsa tua, et fluctus tui super me transierunt», que en una tradición literal sería «el abismo llamó al abismo al ruido de tus compuertas; todas tus cumbres y oleajes han pasado sobre mí»
[BARANDA LETURIO, Nieves (Marzo-abril 2009). “Notas para un cancionerillo de poetas cortesanas del siglo XVI”, Destiempos.com, nº 19, págs. 8-27. Disponible en: <http://www.destiempos.com/n19/dossierescritoras.pdf&gt; BARANDA LETURIO, Nieves (2014). «Isabel de Vega, poeta con musa (Alcalá, 1558, 1568), EPOS, XXX, págs. 99-112. Disponible en <http://revistas.uned.es/index.php/EPOS/article/view/16097/13921>%5D