Matilde de Magdeburgo (c. 1207 – 1282)

Mechtilde de Magdebourg (o Matilde de Magdeburgo) es una de las figuras literarias más importantes de la literatura europea del siglo XII. Nació alrededor de 1207 en una familia acomodada, lo que le permitió recibir una exquisita educación y llevar una vida muy confortable. Cuando contaba con doce años, Matilde tuvo una visión mística que le llevó a abandonar a su familia y unirse a las beguinas de Magdeburgo con las que permaneció más de 40 años. Allí trabajó como una beguina más, pero ocultó sus visiones a sus compañeras.

Las beguinas

Las beguinas fueron uno de los movimientos más controvertidos e interesantes de la Edad Media. Se trataba de una asociación de mujeres cristianas, contemplativas y activas, que dedicaban su vida a la ayuda de desamparados, y también a labores intelectuales. Trabajaban para mantenerse y eran libres de dejar la asociación en cualquier momento para casarse.

No había casa-madre, ni tampoco una regla común, ni una orden general. Establecían sus viviendas cerca de hospitales o iglesias, en sencillas habitaciones donde podían orar y trabajar. Cada comunidad o beguinaje era autónoma y organizaba su forma de vida de manera independiente.

Muchas de las mujeres beguinas fueron escritoras y como tales encontraron el obstáculo de ser laicas y mujeres, aunque ellas alegaron que escribían por mandato divino. Se enfrentaron por ello al poder eclesiástico ya que consideraban que la experiencia religiosa era una relación directa con Dios, que ellas podían expresar con su propia voz, sin intermediarios.

Las beguinas, junto con los trovadores y los Minnesänger fundaron la lengua literaria flamenca, frances y alemana. Con sus obras participaron en la apertura del saber teológico a los laicos, traduciendo numerosas obras del latín a las lenguas vulgares.

La luz resplandeciente de la divinidad

Cuando ya contaba 40 años, y animada por su confesor, Matilde decidió poner por escrito sus experiencias místicas que llevaba experimentando desde niña. Poesía y narrativa  se funden en un precioso libro en el que mediante figuras alegóricas como Amor, Alma o Fidelidad, relata su relación mística con Dios con constantes referencias a su principal inspiración, el Cantar de los cantares. Matilde va a transformar el amor pasional en un amor a Dios que trasciende cualquier instancia humana.

Matilde va a valerse de su excepcional formación y utilizar magistralmente en su libro el tesoro idiomático y de imágenes del mundo cortesano-caballeresco. Para su formación como escritora  es determinante haberse criado en la época de los trovadores y las trovadoras, en la época de la música trovadoresca y del arte de la alegre palabra amorosa. Si Matilde es descubierta en la actualidad como poeta es porque puede considerarse una trovadora. Con la mirada puesta en la poesía trovadoresca, saltan a la vista innumerables conexiones: el misterio de la relación amorosa, su dolor y su promesa, el anhelo de muerte y el gozo de vivir… Wofgang Mohr califica la obra de Matilde como «la poesía erótica más audaz que poseemos en la Edad Media».

El lenguaje de Matilde es todo menos monótono. Tiene su propio ritmo y sonido; está lleno de música, danza, canto y juego: «Mis cuerdas sonarán dulcemente para ti como premio a la fidelidad de tu prolongado amor. Pero quiero empezar antes y templar en tu alma mis cuerdas celestiales.» Desde el punto de vista poético, en Matilde hay muchos tesoros aún por descubrir:

El amor hermoso de enorme poder
rejuvenece el alma, aunque el cuerpo envejezca
El amor amoroso de abierta entrega
borra las quejas del corazón amargo […]
El amor tempestuoso de inmenso poder
es aquel que nadie es capaz de explicar.

El erotismo del que se habla en la escritura de Matilde es amor a Dios en este mundo. Amar sin tapujos, sin restricciones y amar a la vez que se obra. Matilde va a mantener una relación con el cuerpo (como concepto y como realidad tangible) que en absoluto lo denigra, lo condena o lo vitupera. Frente a otras derivaciones del dogma cristiano, Matilde defiende que el cuerpo ha de estar fuerte para afrontar esta tarea de auxilio hacia quien más lo necesita. Como apunta Keul, nuestra protagonista no es en absoluto “partidaria del ascetismo fanático, que supone un riesgo para la vida y conduce algunas veces a la muerte”. Más bien asegura, con tanta gracia como firmeza, que un monje con hambre ni puede cantar bien ni puede estudiar con esmero. No hay nada más cristiano que la vida entendida en sus más amplios goznes: el cuerpo es condición necesaria de nuestra acción, si bien “tenemos que mantener en todo momento una santa atención hacia nosotros mismos, para guardarnos de los defectos”. Y prosigue, sin tapujos y con su particular gracejo: “Debemos mantener un interés lleno de amor hacia nuestros hermanos cristianos, para que cuando obren mal se lo digamos a solas y con intención sincera. De este modo evitaremos muchas habladurías inútiles”.

La obra de Mechtilde se conserva en un único manuscrito transcripto del original en alemán vulgar y fue bastante difundida en su época. A pesar de ello fue criticada por haber sido escrita por una mujer y en lengua vulgar. También  porque no dudó en  denunciar con virulencia los defectos del clero, del Imperio y de la orden dominicana

Acosada por sus enemigos, Matilde se refugió en el convento de Helfta, allá por el año 1270 donde terminó de escribir su libro. Junto a la abadesa de Helfta, Gertrudis de Hackeborn, su hermana Matilde y otra mujer también llamada Gertrudis, conocida posteriormente como La Grande, la mística alemana pasó sus últimos días inspirando las obras de todas ellas, quienes se convertirían, a su vez, en importantes místicas beguinas.

Matilde de Magdeburgo, quien moriría a una avanzada edad alrededor de 1282, convertiría el convento de Helfta en uno de los centros más famosos del misticismo medieval femenino.