Catalina Clara Ramírez de Guzmán

La dama del abanico de Diego Velázquez
Sépase cómo yo Dª Cathalina Clara Ramírez de Guzmán, doncella vecina natural de esta ciudad de Llerena, hija legítima del capitán don Francisco Ramírez Guerrero y doña Isabel Sebastiana de Guzmán, difuntos vecinos que fueron de ella, estando enferma del cuerpo y sana de la voluntad...

Este es un fragmento del testamento que dictó Catalina Clara Ramírez de Guzmán en 1684, viendo cercana su muerte y queriendo dejar poder para testar a su hermano Pedro Antonio.  Nuestra escritora disfrutó de una larga vida para la época, pues tenía para entonces sesenta y ocho años, dato que hoy conocemos con seguridad, gracias al trabajo de Arturo Gazul, quien pudo fijar la fecha de su nacimiento en 1618 y el lugar, en Llerena (Extremadura).

En su testamento se declara «doncella» y dice estar «sin hijos, padres, abuelos o herederos forzosos».  Teniendo en cuenta que para una mujer adulta del siglo XVII, las dos opciones vitales honorables eran el estado de esposa o el de monja o beata, el que Ramírez de Guzmán haya vivido fuera de ambas instituciones se hizo posible seguramente porque poseía una fortuna personal que le permitió sobrevivir de manera independiente.

La familia del padre de la escritora, Francisco Ramírez Guerrero, se instala en Llerena a principios del siglo XVII. Su padre era, además de militar, regidor y contador del Maestre. Los Ramírez de Guzmán se situaban, por tanto en lo que correspondería a una actual clase media alta. El matrimonio Ramírez-Guzmán tuvo once hijos, seis de los cuales llegaron a la edad adulta. Catalina Clara nació en sexto lugar; como señala ella misma en su testamento, nunca se casó ni tuvo hijos, como tampoco lo hicieron sus hermanos y hermanas,  a excepción de Lorenzo, cuyo hijo ilegítimo, Manuel, menciona la autora en su repartición de bienes.

Catalina Clara Ramírez de Guzmán se encontraba, pues, dentro del grupo de damas  que recibían una formación más allá de la básica que la ideología postridentina sugería para las mujeres. Además, influyó en su inclinación a las letras el parentesco cercano de su abuelo  paterno, Antonio Núñez Ramírez, con Lorenzo Ramírez de Prado, miembro del Real Consejo de Indias, oficial del Santo Oficio, embajador en Francia, humanista y, según Gazul, «eminente bibliófilo».

Vivió, por lo tanto, nuestra poeta dentro de un círculo social culto y cercano a la nobleza, pero en una región cuya situación socioeconómica no era propicia al desarrollo artístico, pese a que durante el siglo XVII Llerena gozó de una interesante actividad artística, lo que fue, sin duda, un estímulo para la autora. Por ejemplo, el pintor Zurbarán residió allí más de diez años.

Bodegón con cacharros de Zurbarán, pintor que vivió en Llerena en la misma época que la autora

En Llerena doña Catalina Clara se convirtió muy pronto en uno de los ingenios más celebrados, participando de manera activa en las reuniones literarias y las fiestas sociales que se celebraban en una localidad que por entonces era la residencia del Tribunal de la Inquisición y la cabeza del Priorato de San Marcos de León.

Su vida transcurrió pues, plácidamente, entre la rutina y el desánimo, viviendo muy de cerca los avatares de sus hermanos (los fracasos sentimentales de sus hermanas, Antonia Manuela, Beatriz y Ana, las correrías juveniles de su hermano Lorenzo, la oveja negra de la familia, etc.) y asistiendo a los acontecimientos sociales más relevantes de la Llerena barroca.

La obra poética de la autora consta de un conjunto de 118 poemas que Joaquín de Entrambasaguas recopiló, anotó y publicó en 1929. En ellos, Ramírez de Guzmán despliega su conocimiento de las distintas formas estróficas de tradición culta y popular al uso: décimas, sonetos, silvas, romances, seguidillas, glosas, redondillas y coplas. Además de una novela  perdida, titulada El extremeño, escrita probablemente en verso y prosa.

En su obra poética, doña Catalina Clara va desgranando su existencia con una estética claramente conceptista, con Quevedo como modelo. Todos los acontecimientos personales, sociales o religiosos de Llerena son tratados por la autora con una mirada burlona y divertida, que algunos críticos han considerado cruel y cínica.

Escribió sobre lo que ocurría dentro y fuera de su casa, de sus propios sentimientos, de los desamores de sus hermanas, de las aventuras de su hermano, de sus propias decepciones amorosas que la llevaron a  mirar  a los hombres con suspicacia.  Muchas autoras de la época escriben textos contra los hombres, quejándose de ellos o afeándoles sus faltas, pero Catalina Clara dedicó especial atención a la poesía satírica. En su pequeña ciudad extremeña, su vena satírica responde al chascarrillo, la comidilla y la pulla de la vida social: «Retrato de una dama en chanza», «A una dama que no se enterneció de ver entrar monja a una hermana suya», «A un hombre que escribía mal», «A un fiscal de corte que siendo visitador de la Inquisición visitó a unas señoras en compañía de un secretario muy necio que le asistía siempre».

Destaca en su obra la creación de siete retratos poéticos, todos de mujeres, uno de los cuales se ha considerado una semblanza; conservamos, aparte de este, un autorretrato así titulado; existen en su obra, además, frecuentes referencias a espejos y a reflejos, muy del gusto barroco; también algunas composiciones cortas que dicen acompañar a retratos y autorretratos; y hay, finalmente, varios poemas que tienen a Clori, pseudónimo poético de la autora, como protagonista.

Son bastante notables algunos de sus sonetos, como este, titulado Soneto al Temor:

O este otro, donde retomando imágenes petrarquistas y neoplatónicas sobre el amor y la ausencia, escribe un perfecto soneto barroco:

La existencia de un corpus poético como el de doña Catalina Clara (y de otras mujeres de la época) nos hace abandonar la visión de una estructura patriarcal monolítica, todopoderosa y eficaz en su labor moldeadora de comportamientos. Si bien los dictámenes de la Iglesia y del decoro social veían mal la escritura de las mujeres en tanto en cuanto la exhibición pública de su persona constituía una grave amenaza para su castidad, los de la cultura del Barroco premian el despliegue de ingenio, de creatividad, el juego y la elocuencia verbal. Esta contradictoria realidad en la que conviven el espectáculo y el silencio impuesto sirve a muchas escritoras como espacio propicio para poder escribir. El espacio privado de su poesía está también dentro del ámbito político.

FUENTES
  • BORRACHERO MENDÍBIL, Aránzazu (2006): «El autorretrato en la poesía de Catalina Clara Ramírez de Guzmán (1618- 1684?), Calíope Vol. 12. Nº 1, pp. 79-97
  • TEJEIRO FUENTES, Miguel A. (2012): «Catalina Clara Ramírez de Guzmán, la retratista de Llenera, Revista de Estudios Extremeños, Tomo LXVIII, nº 1, pp. 113-128.
  • ORTIÑÁ, Maricel. (1996) «El retrato idealizado en la obra poética de Catalina Clara Ramírez de Guzmán (1618-1684)». Scriptura, [en línea],  Núm. 11, p. 155-64, https://www.raco.cat/index.php/Scriptura/article/view/94740 [Consulta: 31-03-2020].
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