La poesía lírica renacentista

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La lírica renacentista española tiene como modelos a Petrarca y su Cancionero, y a los poetas clásicos Virgilio, Horacio y Ovidio. Desde los principios estéticos renacentistas, las reglas de la poética latina son escrupulosamente estudiadas e imitadas, ya que los grandes poetas del Renacimiento se distinguen por haber sabido acomodar lo aprendido en las fuentes clásicas al ritmo y peculiaridades de su lengua vernácula.

Métrica y lenguaje poético

Retrato de un hombre (Jan Gossaerth)

El nuevo canon poético renacentista, surgido por la fusión de las innovaciones petrarquistas y las aportaciones clásicas, no solo renueva los temas, sino también la forma de expresión. Así, frente al octosílabo y al dodecasílabo medievales, característicos de la poesía de cancionero, el Renacimiento generaliza el endecasílabo, que se convierte desde entonces en el metro más representativo de la poesía culta.

El verso endecasílabo, con tres sílabas acentuadas, conseguía un ritmo mucho más suave que el áspero dodecasílabo del arte mayor castellano, con cuatro sílabas acentuadas. Aporta, por tanto, soltura y flexibilidad a las composiciones. Compara estos ejemplos (aparecen subrayadas las sílabas acentuadas):

  • Dodecasílabo de Juan de Mena: Amores me dieron corona de amores.
  • Endecasílabo de Garcilaso: El dulce lamentar de dos pastores.

El endecasílabo es un metro que, por su longitud y flexibilidad métrica, resulta muy apropiado para expresar el nuevo lirismo hondo y conmovedor de la poesía renacentista. Presenta varias modalidades atendiendo a la distribución de los acentos:

  • Endecasílabo enfático (acentos en la 1.ª, 6.ª y 10.ª): -so-la-con-tra--teen-fu-re-cis-te.
  • Endecasílabo heroico (acentos en la 2.ª, 6.ª y 10.ª): El-dul-ce-la-men-tar-de-dos-pas-to-res.
  • Endecasílabo melódico (acentos en la 3.ª, 6.ª y 10.ª): que-se-de-be-a-tu-fa-ma-ya-tu-glo-ria.
  • Endecasílabo sáfico (acentos en la 4.ª, 6.ª y 10.ª o en la 4.ª, 8.ª y 10.ª); he-de-con-tar-sus-que-jas-i-mi-tan-do.
  • Endecasílabo dactílico (acentos en la 1.ª, 4.ª, 7.ª y 10.ª9: hin-chen-el-ai-re-de-dul-cear-mo--a.

A menudo, el verso endecasílabo se combina con el heptasílabo formando liras, silvas y estancias, estrofas todas ellas muy utilizadas en la lírica renacentista, junto con tercetos y octavas. En liras están escritas bellísimas composiciones de Garcilaso, Fray Luis y San Juan de la Cruz. Fue Garcilaso el que incorporó al castellano la lira (7a 11B 7a 7b 11B) en su famosa oda «A la Flor de Gnido», tomando su nombre de la última palabra del primer verso:

Si de mi baja lira 7a
tanto pudiese el son que en un momento 11B
aplacase la ira 7a
del animoso viento 7b
y la furia del mar y el movimiento. 11B

Pero la estrofa más importante de la lírica culta renacentista es el soneto, composición independiente compuesta por dos cuartetos, que suelen ser descriptivos, y dos tercetos, generalmente de tono meditativo. Desde el Renacimiento, el soneto es la estrofa culta por antonomasia de la poesía en castellano.

Si quejas y lamentos pueden tanto,  11A
que el curso refrenaron de los ríos, 11B
y en los diversos montes y sombríos  11B
los árboles movieron con su canto: 11A

si convirtieron a escuchar su llanto  11A
las fieras tigres y peñascos fríos; 11B
si, en fin, con menos casos que los míos 11B
bajaron a los reinos del espanto. 11A

¿por qué no ablandará mi trabajosa 11C
vida, en miseria y lágrima pasada, 11D
un corazón conmigo endurecido?  11E

Con más piedad debía ser escuchada 11D
la voz del que se llora por perdido 11E 
que la del que perdió y llora otra cosa. 11C

Otra de las nuevas estrofas será la octava real (11A, 11B, 11A, 11B, 11A, 11B, 11C, 11C) empleada por Garcilaso en sus Églogas

Cerca de Tajo, en soledad amena, 11A
de verdes sauces hay una espesura, 11B
toda de hiedra revestida y llena, 11A
que por el tronco va hasta el altura, 11B
y así la teje arriba y encadena, 11A
que el sol no halla paso a la verdura; 11B
el agua baña el prado con sonido 11C
alegrando la vista y el oído. 11C

La estancia: combinación de versos heptasílabos y endecasílabos distribuidos a gusto del poeta.

Divina Elisa, pues agora el cielo, 11A
con inmortales pies pisas y mides, 11B
y su mudanza ves estando queda, 11C
¿por qué de mí te olvidas y no pides 11B
que se apresure el tiempo en que este velo 11A
rompa del cuerpo, y verme libre pueda, 11C
en la tercera rueda 7C
contigo mano a mano 7D
busquemos otro llano, 7D
busquemos otros montes y otros ríos, 11E
otros valles floridos y sombríos, 11E
donde descanse, y siempre pueda verte 11F
ante los ojos míos, 7E
sin miedo y sobresalto de perderte? 11F

Nunca pusieran fin al triste lloro 11A
los pastores, ni fueran acabadas 11B
las canciones que sólo el monte oía, 11C
si, mirando las nubes coloradas, 11B
al trasmontar del sol bordadas de oro, 11A
no vieran que era ya pasado el día. 11C
La sombra se veía 7C
venir corriendo apriesa 7D
ya por la falda espesa 7D
del altísimo monte, y recordando 11E
ambos como de sueño, y acabando  11E
el fugitivo sol, de luz escaso, 11F
su ganado llevando, 11E
se fueron recogiendo paso a paso. 11F

No obstante, las nuevas formas métricas conviven con los versos y estrofas tradicionales, que siguen cultivándose, especialmente el romance. No hay que olvidar que las adaptaciones del modelo italianizante conviven en España con la lírica culta de procedencia medieval —que se mantiene vigente en los cancioneros— y con la lírica popular de los romances, que no dejan de influir en los nuevos modelos. El romance se consagra como la estrofa más representativa de la poesía popular en castellano.

Entre los géneros líricos renacentistas destacan: la égloga, composición poética de tema bucólico, estructurada en torno al diálogo de varios pastores; la oda, canto de exaltación; la epístola, carta en verso, y la canción, forma característica de la expresión de sentimientos y la más propiamente lírica. En el siglo XVI suele tener como tema el amor cortés, pero también tratar asuntos religiosos y morale

El lenguaje poético

En cuanto al lenguaje poético, los poetas del Renacimiento siguen el precepto clásico de ajustarse a las leyes de la naturaleza, huyendo siempre de la afectación y el amaneramiento. Ello se traduce en un estilo marcado por la sobriedad expresiva, la naturalidad, la selección y la elegancia. Este ideal clásico persiste a lo largo del siglo XVI y se manifiesta en Garcilaso, fray Luis o san Juan de la Cruz. Pero en la segunda mitad, y en torno a Fernando de Herrera, los poetas de la escuela sevillana intensifican los recursos formales, iniciando así la ruptura del equilibrio clásico entre expresión y contenido, y dando lugar a una tendencia estilística denominada manierismo, precursora del culteranismo barroco.

Los temas y las tendencias poéticas

Si tenemos en cuenta los temas que cultiva podemos clasificar la lírica culta de Renacimiento en las siguientes tendencias:

  • La poesía petrarquista: el amor, la naturaleza y la mitología.
  • La poesía ascético moral: la huida del mundo y el ansia de trascendencia.
  • La poesía mística: la unión del alma con Dios.
  • La poesía patriótica y la épica culta: el ideal patriótico.

La poesía petrarquista

Con el petrarquismo culmina el proceso de espiritualización que experimenta el amor cortés de los trovadores provenzales. Este proceso se inicia con el dolce stil novo a finales del siglo XII, Petrarca, a mediados del siglo XIV, incorpora elementos innovadores: el análisis minucioso de las galerías del alma, la fusión lírica con la naturaleza y la sinceridad en la expresión del sentimiento.

Por último, los seguidores italianos de Petrarca de principios del siglo XVI enriquecen esa tradición poética con componentes neoplatónicos.

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El amor es anhelo de belleza, según la filosofía neoplatónica. Dios, que es la belleza y la bondad supremas, se proyecta sobre todas las criaturas. La amada es, pues, un reflejo de la divinidad, su belleza y su bondad son destellos de la belleza y bondad divinas. El amor lo lleva a la búsqueda de la belleza, que en la lírica se identifica con la mujer y el paisaje, como arquetipos de perfección.

Esta divinización de la amada conduce a la consideración del amor como un acto de adoración, de veneración, de culto casi religioso que impulsa al poeta a proclamar las perfecciones físicas y espirituales de la dama, pero de un modo impreciso, mediatizado por el principio de la discreción cortés.

Ante los requerimientos del poeta, la amada responde con indiferencia, adopta una actitud esquiva, distante. El enamorado, afligido por la condición inalcanzable de su amor y consciente de la imposibilidad de dejar de amar (porque ese es su destino), experimenta un dolor insufrible, pero, al mismo tiempo, gozoso.

El poeta analiza su mundo interior para descubrirnos el placer y el desasosiego que le produce el sentimiento amoroso. El petrarquismo, el neoplatonismo y la tradición cortesana introducen en la poesía la noción del mundo ideal, donde el amor es una fuerza superior que domina la voluntad del individuo. Al entrar en conflicto con la realidad, el poeta vive el amor como una experiencia contradictoria, dramática y, a la postre, imposible.

Siguiendo a Petrarca, el poeta renacentista vuelve la mirada al pasado, y su alma se llena de melancolía al recordar el tiempo en que conoció a su amada, reviviendo con añoranza las horas vividas felizmente junto a ella, y lamentando su pérdida, por muerte o por abandono. Desea apartarse de la gente para poder meditar sobre la frustración del amor en el marco idílico de una naturaleza ideal. Se retoma así el tópico literario de locus amoenus (‘lugar ameno’), procedente de la tradición latina y que no había llegado a perderse en la literatura medieval.

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La naturaleza que recrea la poesía es perfecta porque es reflejo divino. Está llena de espontaneidad y pureza, frente al artificio de la corte y la civilización. Es virginal y pastoril, de modo que se renuevan los mitos animistas en los que las ovejas, rocas, fuentes y ninfas son testigos de los sentimientos del poeta. Este paisaje bucólico y paradisíaco le sirve al poeta de marco estético, colorista y sensorial en el que situar a sus pastores-amantes. Son estos figuras estéticas, ideales, que representan a gentes «puras», de sentimientos nobles, que cuidan de sus ovejas, invocan a la naturaleza y hablan del amor al son de la zampoña o la dulzaina. La lírica renacentista recupera así el género de la égloga, que tiene como modelo las Bucólicas de Virgilio, y cuyas características definitivas fueron fijadas por el italiano Jacopo Sannazaro (1456-1530) en su novela pastoril La Arcadia.

El mundo fascinante de la mitología clásica impresiona al hombre renacentista por su desbordante vitalismo, su sensualidad y su belleza, y así descubre en las Metamorfosis de Ovidio, una fuente inagotable de motivos de inspiración. Los mitos clásicos cumplen, pues, una función estética, ornamental, pero no solo eso: cuando acude a ellos para inspirarse, el poeta escoge aquellos episodios cuyo significado mantenga alguna relación con su propio conflicto sentimental (función simbólica). Así la historia de Dafne, transformada en laurel cuando el dios Apolo, enamorado de ella, la perseguía, simboliza el amor inalcanzable; el viaje del músico Orfeo a los infiernos en busca de su amada esposa Eurídice, muerta por la mordedura de una serpiente, representa la inquebrantable fidelidad amorosa, que es capaz de vencer a la muerte.

Los principales poetas petrarquistas

La corriente petrarquista cuenta, a lo largo del siglo XVI, con multitud de seguidores. En el primer Renacimiento (reinado de Carlos I, primera mitad del siglo), y encabezados por Boscán y Garcilaso de la Vega, destacan Diego Hurtado de Mendoza, Gutierre de Cetina y Hernando de Acuña.

En el segundo Renacimiento (reinado de Felipe II, segunda mitad del siglo) sobrevive el sevillano Fernando de Herrera, hombre culto e introvertido. Su amor por la condesa de Gelves inspiró gran parte de su producción. Destacan, asimismo, Francisco de Figueroa, Francisco de la Torre, Francisco de Aldana y Luis Barahona de Soto.

La poesía ascético-moral

Durante la segunda mitad del siglo XVI se produce, favorecida por el clima de espiritualidad que vive la época, la cristianización de las tendencias paganizantes que habían inspirado las creaciones literarias de la primera mitad del siglo. Como consecuencia de ello, aparecen dos manifestaciones poéticas de carácter religioso: la mística y la poesía ascético moral.

En la poesía ascético-moral confluyen, cristianizadas, una amalgama de corrientes filosóficas (el platonismo, el epicureísmo horaciano, el estoicismo y el pitagorismo) cuyo tratamiento literario se centra en la huida del hombre de este mundo y su deseo de trascender y de fundirse con la eternidad.

El hombre vive encarcelado en la prisión del mundo, donde imperan el caos y la discordia, los vicios y los bienes engañosos, la inquietud y el desasosiego. Para evadirse de la cárcel terrenal debe iniciar un recorrido purificador a través de:

  • La práctica de la virtud (fortaleza, prudencia y templanza).
  • La dedicación al estudio y al trabajo intelectual, en busca del conocimiento último de las cosas (el ocio santo, como diría fray Luis).
  • El contacto directo con la naturaleza, que constituye el refugio acogedor para aquel que, huyendo del mundanal ruido, busca en ella el sosiego y la paz espiritual. La fuente literaria de esta interpretación hay que buscarla en Horacio, autor de una oda en la que exalta la dorada medianía (aurea mediocritas) de quien, apartándose de las intrigas y ambiciones mundanas, se recluye en el campo, donde disfruta de una vida placentera y sosegada.
  • La expresión beatus ille, con la que el poeta latino inicia esta conocida obra y cuyo significado es ‘feliz aquel’, ha dado nombre a un motivo que cobró rápidamente gran auge en la España del siglo XVI: Garcilaso, en su Égloga II, recrea el tópico y, más tarde, fray Luis de León vuelve a tratarlo en su famosa Oda a la vida retirada.
  • Y, por último, la percepción del arte musical que, según los pitagóricos, purifica el espíritu, como la medicina purga el cuerpo.

Todas esas realidades participan (según la concepción neoplatónica) de la divinidad: son destellos de las realidades supremas y absolutas: el bien, la verdad, la belleza y la armonía universales. De esta manera, cuando el hombre se desentiende del mundo, y de acuerdo con la naturaleza, ejercita la virtud y cultiva su espíritu, atisba, vislumbra esas realidades supremas que le hacen recordar (teoría platónica de la reminiscencia) su esencia última, su origen divino.

Ese proceso de purificación ascética que conduce a un apacible estado de quietud, de sosiego y de concordia, propicia la elevación del espíritu hasta la contemplación de las ideas de bien, verdad, belleza y armonía que, según el neoplatonismo, se identifican con Dios.

La poesía mística

La poesía mística describe la experiencia, difícilmente expresable, de la unión del alma con Dios. Esa experiencia mística:

  • Exige un proceso previo de purificación (ascética), a través del cual el alma, con la renuncia y la penitencia, se desentiende del mundo y busca la perfección moral.
  • No depende de la voluntad humana: es una gracia divina, solo unos cuantos elegidos están llamados a vivir la unión mística con Dios.
  • Es extática (de éxtasis): el alma, al fundirse con la divinidad, se sumerge en un estado de arrobamiento, de embelesamiento en el que cesa la actividad de los sentidos y se desconecta del mundo circundante.
  • Es inefable: el poeta es incapaz de encerrar en palabras el cúmulo de sensaciones vividas en ese estado de enajenación mística. Para describirlo recurre al símbolo, la alegoría, la paradoja y la antítesis.

Las grandes figuras de la mística son santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.

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