El caballero pastor

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En la nómina de personajes caballerescos también aparecen pastores, rústicos unos y otros totalmente idealizados, literarios, inmersos en un mundo bucólico del que igualmente participa el caballero. En su deambular tropieza en plena naturaleza con estos pastores que viven en soledad un amor desdeñado, se siente atraído por su música, canciones y lamentos, comparte con ellos sus penas e incluso se enamora de la belleza de alguna pastora. En tales casos, para alcanzar su amor, cambia su identidad y se hace pastor, abandonando transitoriamente las armas por el cayado y el rebaño de ovejas y mudando su nombre por otro más pastoril acorde con su nueva identidad. Laterel es el nombre que elige el caballero Florisel de Niquea, en el Amadís de Grecia, cuando en hábito de pastor pretende conquistar el favor de la desdeñosa pastora Silvia de la que se ha enamorado. Quijotiz es el que se inventa don Quijote cuando toma la resolución de hacerse pastor en su forzosa retirada de la caballería andante (II, 67).

En gran cuidado pusieron a don Florisel los amores de la hermosa Silvia, tanto que no comía ni bebía ni en ál tenía cuidado sino en qué manera podía dar fin a su deseo. Entre muchos cuidados acordó por las palabras que Silvia había dicho de tomar hábito de pastor e ir cada día a la hablar y vevir en una aldea que cerca de la de Silvia estaba, diciendo que vivía con un labrador y estar hasta la alcanzar o gastar lo que tenía. Y como lo acordó, luego se fue a aquella aldea que dijimos que cerca de la de Silvia estaba, que se llamaba Alderina, y allí se descubrió a un buen hombre tomándole juramento de lo que quería hacer para que lo tuviese en su casa, dándole la cadena que ya os dijimos para el gasto. E hízole que le comprase ciertas ovejas para salir con ellas para poder hablar a Silvia, haciéndole unos hábitos de pastor. Y ansí lo hizo el buen hombre, llamándolo Laterel Silvestre. Lo cual todo aparejado, don Florisel de Niquea salió con sus ovejas en forma de pastorcico la ribera arriba de Tirel, donde a poca pieza topó con Silvia, la cual dél saludada y ella dél. Ella se maravilló de ver tan hermoso y apuesto pastor y no lo conoció por le ver en tan extraño hábito como ella le viera, mas él le dijo:
—Silvia, Silvia ¿qué hará aquel que ama para ser amado de la que no puede dejar de amar ni della piensa ser amado por la diferencia de los estados?
—Amigo —dijo ella—, hazellos iguales o dejarse de tal pensamiento.
—¡Ay mi amada Silvia! —respondió él—. Pues mira de cuánto me derribó el amor que del más alto príncipe del mundo me ha puesto en el hábito que agora vees, tan rico de pensamientos como pobre en el estado. (Feliciano de Silva, Amadís de Grecia, ed. citada, Parte segunda, cap. CXXXII, f. CCLXXIX.)