Francisca de Aragón (h. 1521- 1606)

Vittore Carpaccio, Virgen leyendo (c. 1505)

Francisca de Aragón es una autora muy conocida por los estudiosos y estudiosas del siglo XVI. Debido a su belleza y privilegiada posición junto a la reina doña Catarina fue homenajeada por algunos de los poetas más conocidos del quinientos portugués.

Esta privilegiada posición venía determinada también por su matrimonio con don Juan de Borja, con quien fue a Alemania a la corte imperial y de donde volvió en el séquito de María de Austria. Por si fuera poco, debe ser mencionada como madre de al menos tres hijos de fama en la historia: el príncipe de Esquilache, el duque de Villahermosa y don Fernando de Borja y Aragón, comendador mayor de la Orden de Montesa.

Epístola a don Manoel de Portugal 

Estos poetas, que tanto alabaron su belleza y su linaje, no prestaron tanta atención a sus  inclinaciones poéticas. No obstante, se ha conservado una epístola en tercetos, dirigida a don Manoel de Portugal, que tiene en ella su más probable autora.

Autoría dudosa

Este poema se encuentra copiado en dos cancioneros españoles: el de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, el del fondo Borbón Lorenzana de la Biblioteca de Castilla-La Mancha (Toledo) y en uno bilingüe: el Cancioneiro de Cristovâo Borges.  En ninguna de las rúbricas se dice que la autora fuera la dama, pero sí lo hace Manuel de Faria e Sousa en sus comentarios a Camöes.

Biblioteca del Palacio Real de Madrid

Esta atribución documental a doña Francisca choca con la que se hace en el Cancioneiro do padre Pedro Riveiro, donde según el índice (único resto conservado) se le adjudicaba a Diogo Bernardes, si bien nunca se recogió entre sus obras.  Y choca, desde luego, con el emisor femenino que denotan las marcas de género de la epístola, por más que no sería el primer caso en que un hombre asume la voz literaria femenina para sus propósitos. Efectivamente, así planteado es difícil determinar si nos encontramos  ante un poema escrito o no por doña Francisca.

El contenido de la epístola: ya no me quieres, pero me da igual.

La epístola comienza por declarar la situación que causa la escritura y que no es otra que el traslado de los sentimientos del caballero hacia otra mujer. Sin embargo, esto no provoca el dolor  de la dama ni sus súplicas, sino sencillamente su contento, por más que afirme que le sorprende que un amor tan grande cambie de objeto y declare que no ha sido ella la causante. En todo caso no es motivo de enemistad, ya que tenía barruntos de la inconstancia del caballero, así que le aconseja que no sea tan voluble y que no vaya buscando amigas aquí y allá. Por otra parte, afirma de varios modos que ella no siente pena por ese desamor y que no hará el más mínimo gesto de duelo. Vuelve a animarle a que sea fiel al nuevo amor, prometiéndole silencio epistolar, deseándole felicidad con su nueva amiga y asegurando que no comentará su carácter voluble con otras

Pues aquel gran amor que me tuviste
holgaste de mudar en otra parte,
yo soy contenta de lo que escogiste.

No sabrá ella como yo enojarte;
siempre te tratará de una manera
que no sé si será señal de amarte.

Será más estimado, que no fuera
el espíritu tuyo ya alabado
más que cuando de ti amado era.

Mas no por esos bienes que has hallado
en ella, dejará de dar espanto
de ver un corazón así mudado.

No te quiero hablar en eso tanto
porque se huelga el mal que ha hecho
de ver que el ofendido vive en llanto.

Tú estás a tu placer y satisfecho:
yo seré de amistad muy gran tu amiga,
dejando siempre a salvo mi derecho.

Que no quiero que nadie vea ni diga
la culpa tuya, ni que me has dejado
de amar en verme que te soy enemiga.

Para conmigo quedas disculpado,
porque siempre te tuve por mudable
aunque a veces me habías engañado;

para mí el dolor es muy tolerable,
ningún cuidado tengas de mi pena;
afírmate, no seas variable,

que no puede hallarse cosa buena
con quien hace mudanzas cada día
dejando natural por cosa ajena.

Aquesto que te escribo no querría
que te haga pensar que quedo muerta,
pues más el daño a mí que a otro ofendía.

Que tú sabes muy bien que es cosa cierta
el que va mil amigos procurando
que jamás amistad no se le acierta.

Yo te prometo que no vea llorando
jamás nadie a mis ojos por aquesto,
ni el corazón por ello suspirando

ni la color mudada de mi gesto
el dolor que cubrir el alma suele
hará parecer claro y manifiesto.

Está seguro que no me desvele
cuitado de saber cómo te ha ido
en este nuevo amor que ahora te duele.

Que mil veces te has visto tan perdido,
jurando que no amaste así en tu vida,
y tú sabes muy bien dónde se ha ido.

Mira que pues merece ser servida,
que lo sepas hacer sin apartarte,
como hiciste de otra tan querida.

Perdóname que quiero aconsejarte
en cosa que consejo no requiere
ni seso ni razón jamás es parte.

Que conviene seguir lo que amor quiere,
digo cuando el amor es verdadero,
que no el amor de quien por todas muere.

Escribirte de mí nuevas no quiero,
que no las querrás ver de mano mía
ni tampoco de ti yo las espero.

Dios te dé con quien amas alegría,
y a tu corazón dé contentamiento,
y te guarde de mala frenesía.

Aunque todas tus penas lleva el viento,
pues no son más de cuanto estás presente,
que en partiendo te apartas de tormento.

No quiero seguir más este accidente
ni quiero declarar tus condiciones
por no dar qué decir de ti a la gente.

Digo que has menester mil corazones
para sufrir el mal que te procuras
si andas de verdad en tus pasiones
o te han de ser contadas por locuras.

 

Los temas fundamentales son claros y reiterados:

  • El sufrimiento de la dama (estrofas 1,5,9,11,13-15)
  • Críticas a la inconstancia amorosa del caballero (estrofas 4,8,10,12,16,22-24)
  • Deseo de felicidad futura (estrofas, 2-3, 21)
  • Consejo sobre la fidelidad hacia la nueva dama (9-10, 17-19)
  • Falta de culpa de la dama ante la nueva actitud del caballero (6-7)
  • La innecesaria continuación del intercambio epistolar (20)
  • La mala fama que le pueden dar sus mudanzas amorosas al caballero (23)

La temática de esta epístola puede calificarse de extraña, ya que se aleja de toda la tradición conocida para el género. Habitualmente, las epístolas amorosas de quejas por el rechazo o desdén de la amada desgranan el sufrimiento extremo del amante, lo que se concreta en síntomas diversos, como la enajenación, la incertidumbre, la amargura, el temor o el deseo de la muerte. Además se colocan en actitudes de súplica, haciendo proposiciones que van desde el vasallaje al sometimiento humillante a sus caprichos, por lo que el amor no correspondido, rechazado o no atendido es siempre una fuente constante de sufrimiento y un sentimiento negativo.

En el caso que nos ocupa, por el contrario, el abandono amoroso produce tranquilidad en  la dama y, como mucho, cierta irónica preocupación por el bienestar de su antiguo amante, por su fama y su futura felicidad; ni reproches ni súplicas. Es más, si consideramos que el sujeto poético se marca como femenino, es fácil comprender  que los temas tocados establecen una polémica tácita con la tradición que tilda a las mujeres de inconstantes en el amor y alude a la fama que pueda resultar de esa conducta, ya que ahora es un hombre quien manifiesta los mismos defectos considerados típicamente femeninos.

Epitres d’Ovide (Héroides) – Penelope – Huntington Lib HM60 f3

También es posible percibir la polémica con la tradición de las Heroidas (1), donde el abandono es motivo de reproche y profundo sufrimiento. El eco de estas epístolas, que han marcado de forma indeleble el modelo por antonomasia de la mujer abandonada, se percibe en los versos 37-47, donde se enumeran los síntomas externos propios del dolor (lágrimas, suspiros, color mudada), precisamente para garantizar que no se apreciarán en ella, y se menciona el futuro del caballero con la otra como un asunto que no merece su atención. Se conoce la tradición, se muestra que se tiene en cuenta y se rechaza.

Como se ve, el poema se sale de la tópica amorosa porque  atiende a expresar una situación real que no tenía cabida en ella y eso solo puede ser debido a que responde a los sentimientos de una mujer real, que no se ve representada por ninguno de los modelos disponibles en la literatura cortés.

(1) Las Heroidas o Cartas de las heroínas de Ovidio es  una colección de cartas de amor escritas y dirigidas a sus amados por los personajes femeninos de la mitología y la literatura.
[Fuente: entrada extraída del artículo «Escritoras sin fronteras entre Portugal y España en el Siglo de Oro (con unas notas sobre dos poemas femeninos del siglo XVI, de Nieves Baranda, publicado en Península. Revista de Estudios Ibéricos (nº 2), 2005: 219-236.]