Las mil y una noches (siglos VIII-XV)

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El mundo árabe tiene una larga tradición narrativa con cuentos populares transmitidos de manera oral a través de generaciones. Sin embargo, desde el siglo VIII en adelante, con el auge de los florecientes centros urbanos y de una sofisticada cultura que prosperó bajo la guía del Islam, se estableció una clara distinción entre al-fus’ha (la refinada lengua enseñada en los centros educativos) y al-amiyah (la lengua del pueblo llano).

La literatura preislámica escrita en lengua vernácula –incluidos los cuentos populares– perdió el favor de la élite culta, y los autores árabes abandonaron la prosa imaginativa para concentrarse en la poesía y en la no ficción.6a3dd4ce16d88b3af34090aabcb952f2.jpg

Pero, a pesar del énfasis puesto en el elevado arte de la poesía, el público seguía teniendo apetito de buenos cuentos. Y así, aunque no fue muy apreciada por los eruditos árabes, una colección de relatos que apareció bajo varios títulos a lo largo de los siglos, y que hoy se conoce como Las mil y una noches, gozó de una gran popularidad.

La colección se reunió de forma caótica a lo largo de varios siglos y no existe una versión canónica de sus cuentos. Los narradores combinaron antiguos relatos indios, persas y árabes, añadiendo más historias con el paso del tiempo. El manuscrito más antiguo que se conserva se compiló al parecer en Siria a finales del siglo XV. Está escrito en un lenguaje popular que contrasta fuertemente con el árabe clásico de la poesía y el Corán.

579848-bigthumbnail.jpgLa estructura de Las mil y una noches consiste en una historia que contiene todas las demás. La historia marco es el cuento de la princesa Sherezade, que se enfrenta a la ejecución por su marido, el rey Sahriyar. Después del adulterio de su anterior esposa, el rey consideraba que todas las mujeres eran engañosas; a partir de entonces , «todas las noches tomaba una joven virgen, la desfloraba y al día siguiente la mataba». La princesa Sherezade esquiva su destino reteniendo el final de la historia que cuenta al rey en su noche de bodas, logrando de esta manera que Sahriyar aplace su ejecución.  Pasadas 1001 noches, él le dice que ha cambiado de idea y la perdona.

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Los cuentos narrados por Sahrazad entremezclan relatos fantásticos que se sitúan en lugares imaginarios con historias que implican a figuras históricas, como Harún al-Rashid (c.766-809), califa de la dinastía abasí durante la edad de oro islámica. La diversa naturaleza de los relatos explica la gran variedad de géneros que se encuentran dentro de la colección, desde la aventura, el romance y el cuento de hadas hasta el terror e incluso la ciencia ficción.

g-00446-tp.jpgLas historias de Las mil y unas noches no se conocieron en Europa hasta el siglo XVIII, gracias a la versión del estudioso francés Antoine Galland en Les mille et une nuits (1704-1717). El manuscrito del que Galland tradujo era incompleto, quedando muy por debajo de las 1001 noches de historias, así que añadió los cuentos árabes de «Alí Babá», «Aladino» y «Simbad». Estos nunca formaron parte de la colección original, pero se cuentan entre las historias más conocidas de Las mil y una noches en Occidente.

El libro de Galland obtuvo su popularidad debido en gran medida a su exotismo, con sus relatos sobre genios y alfombras voladoras, y tuvo una gran influencia en el movimiento de recopilación de cuentos populares representado por los hermanos Grimm y otros a principios del siglo XIX. Una traducción de las historias originales realizadas por sir Richard Burton en 1885 inspiró un interés más serio en la cultura islámica.

En Las mil y una noches se habla de todo, desde gastronomía hasta secretos de alcoba; desde escenas palaciegas, minuciosamente descritas, aunque inventadas, para que la gente humilde pudiera hacerse una idea del lujo con que se rodeaban sus gobernantes, hasta historias reales de la calle; desde novelas de caballerías o de aventuras hasta asomos de relatos policíacos, de ciencia ficción o picarescos.

De ahí que el libro constituya un acabado retrato de las costumbres y la mentalidad del pueblo árabe. A cada paso se puede apreciar la profunda religiosidad, el arraigado sentido de la amistad, la caballerosidad y la hospitalidad; el culto a la libertad individual y la inteligencia; la desenfrenada alegría de vivir; la sensualidad y refinamiento en el amor ; el invencible fatalismo, etc.

A continuación, podéis leer unos fragmentos de los tres tipos principales de cuentos que contiene Las mil y una noches:

  • Fantásticos: El caballo de ébano.
  • De aventuras: Simbad, el marino.
  • Realistas: El joven ladrón.

EL CABALLO DE ÉBANO

Se cuenta que en el tiempo más antiguo vivía un gran rey muy poderoso. Tenía tres hijas, semejantes a un plenilunio sin nubes, a jardines en flor. Tenía, además, un hijo varón que era como la luna llena. Cierto día, mientras estaba sentado en el trono de su imperio, se presentaron ante él tres sabios. El primero llevaba un pavo de oro; el segundo, una trompeta de bronce, y el tercero, un caballo de marfil y ébano. El rey les preguntó:
-¿Qué significan estas cosas? ¿Qué utilidad tienen?
El dueño del pavo explicó:
– Este pavo grita y agita sus alas a cada hora que transcurre, sea de día o sea de noche.
El dueño de la trompeta dijo:
– Si esta trompeta se coloca en la puerta de la ciudad, hace el oficio de guardián, ya que si entra en ella un enemigo, la trompeta da la alarma, lo reconoce y lo pone en retirada.
El dueño del caballo explicó:
-¡Señor mío! Si un hombre monta en este caballo será conducido al país que desee.
El rey les explicó:
– No os recompensaré hasta haber comprobado la utilidad de estos inventos.
Probó el pavo y vio que era tal como lo había descrito su dueño; probó la trompeta y comprobó que respondía exactamente a la descripción de su dueño. El rey dijo a los sabios:
– ¡Pedidme lo que deseéis!
– Cada uno de nosotros quiere casarse con una de tus hijas.
Entonces se adelantó el hijo del rey y dijo:
– Padre, yo montaré el caballo y comprobaré sus cualidades.
El rey replicó:
– Hijo mío, pruébalo como quieras.
El muchacho se acercó al corcel y espoleó, pero no se movió de su sitio. Preguntó:
– ¿Dónde está el sabio que decía que este caballo andaba?
El hombre se acercó al hijo del rey y le enseñó la manivela de la subida. Le dijo:
– Da la vuelta a esta llave.
El hijo del rey lo hizo así, y el caballo se estremeció y se echó a volar hacia las nubes con el hijo del rey. Voló ininterrumpidamente hasta perderse de vista. El hijo del rey se quedó perplejo y se arrepintió de haber montado en el caballo. «¡Este sabio ha buscado el medio de aniquilarme! ¡No hay fuerza ni poder sino en Dios, el Altísimo, el Grande!». Empezó a examinar todos los miembros del animal y en el hombro derecho del caballo descubrió algo que parecía la cabeza de un gallo; en el hombro izquierdo había otra pieza igual. Apretó la del lado derecho y el caballo aumentó la velocidad y la altura. Volviéndose luego hacia el hombro izquierdo, tocó el botón, lo movió y los movimientos del corcel se hicieron más lentos y empezó a bajar poco a poco.
Schehrezade se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescienta cincuenta y ocho, refirió:
– Me he enterado, ¡oh rey feliz! de que el príncipe comprobó con ello las virtudes del caballo, y el corazón se le llenó de alegría y de gozo. Dio gracias a Dios (¡ensalzado sea!) por los favores que le había hecho al salvarlo de la muerte. Fue descendiendo durante todo el día, ya que había subido muy alto. Mientras bajaba, movía la cabeza del animal a su placer: bajaba o subía, según quisiera. Cuando se hubo familiarizado con el caballo, llegó a una región de la tierra y empezó a contemplar lo que había en sus comarcas y ciudades, que no conocía ni había visto en toda su vida. Entre las muchas cosas que distinguió había una ciudad de bellos edificios, construida en medio de una tierra verde, floreciente, con muchos árbole sy ríos. Se dijo: «¡Quién supiera el nombre de esta ciudad y la región en la que se encuentra!» Empezó a dar vueltas en torno a la misma y a examinarla a derecha e izquierda. El día se iba y el sol estaba a punto de ponerse. En esto descubrió en el centro de la ciudad un alcázar que se levantaba por los aires y que estaba rodeado por anchas murallas de elevadas almenas. El príncipe se dijo: «Ese lugar es magnífico». Empezó a maniobrar con el botón que hacía descender el caballo y no paró de bajar hasta que se posó en la azotea del alcázar. Descabalgó y dio gracias a Dios (¡ensalzado sea!).

SIMBAD, EL MARINO

Al levantarme no encontré a nadie. El buque había zarpado, sin que nadie de los pasajeros o tripulantes se acordase de mí; me habían abandonado en la isla. Me volví a derecha e izquierda pero no vi a nadie más. Me entró un terror profundo, hasta el punto de que por poco me estalla el corazón de pena y tristeza. Me había quedado sin ninguna de las ventajas del mundo y no tenía qué comer o beber; además, estaba solo. Desesperé de la vida y dije: «Tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe. Si la primera vez me salvé y encontré quien me llevase consigo desde aquella isla hasta la civilización, esta vez no creo que vuelva a tener la misma suerte.» Empecé a llorar y a lamentarme, y me entró tal rabia, que me maldije a mí mismo por lo que había hecho: volver a viajar y fatigarme, después de haberme instalado cómodamente en mi casa y en mi país, en donde vivía satisfecho y tenía a mi disposición comidas, bebidas y vestidos magníficos, sin necesitar dinero ni mercancías.
Me volví casi loco. Me puse de pie rabiosamente y empecé a recorrer la isla en todas direcciones, sin poder detenerme en ningún sitio: Después me subí a un árbol altísimo y extendí la mirada en derredor, sin ver más que agua, árboles, pájaros, islas y arenas. Al mirar más atentamente distinguí algo blanco y muy grande que había en la isla. Bajé del árbol, me dispuse a ver de qué se trataba y marché en aquella dirección. Era una gran cúpula blanca, muy elevada y de gran circunferencia. Me acerqué, di la vuelta en torno a ella y no encontré ninguna puerta ni tuve fuerza ni agilidad suficientes, dado lo lisa que era, para trepar por ella.
Señalé el sitio en que me encontraba y medí su circunferencia: tenía cincuenta pasos justos.
Empecé a pensar qué hacer para conseguir entrar, pues se acercaba la noche. De repente se ocultó el sol. Pensé que tal vez había sido tapado por una nube, pero como estábamos en verano me extrañó. Levanté la cabeza y vi un pájaro enorme, de gigantesco cuerpo y descomunal envergadura de alas, que surcaba el aire.
Había tapado el sol a su paso. Me admiré muchísimo y recordé una historia…
Schehrezade se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche quinientas cuarenta y cuatro, refirió:
-Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que Simbad prosiguió: Recordé una historia que había oído hacía tiempo a los viajeros y caminantes: En una isla vivía un pájaro enorme, llamado ruj, que alimentaba a sus polluelos con elefantes. Entonces me convencí de que la cúpula que estaba viendo era un huevo de ruj, y me admiré de la creación de Dios (¡ensalzado sea!). Mientras me encontraba en esta situación, el pájaro descendió sobre la cúpula, empezó a incubarla con las alas, y apoyando las patas en el suelo por detrás, se durmió encima. ¡Gloria a Aquel que no duerme! Entonces deshice el turbante que llevaba en la cabeza, lo doblé y lo trencé hasta que quedó transformado en una cuerda; me ceñí la cintura con él y me até al pie de aquel pájaro lo más fuertemente que pude. Me dije: «Éste tal vez me conduzca a los países habitados y civilizados.»
Pasé aquella noche en vela, temeroso de dormirme y de que el pájaro arrancase a volar estando yo inconsciente.
Al hacerse de día el ave se levantó del huevo, dio un grito fortísimo y se elevó conmigo por los aires. Creí que había llegado a las nubes. Luego descendió hasta posarse en el suelo en un lugar elevado. En cuanto toqué tierra me apresuré a desatarme, pues temía que el bicho advirtiese mi presencia; pero no notó nada. El ruj cogió algo entre sus garras y se echó a volar de nuevo. Me fijé en lo que llevaba: era una serpiente enorme, que transportaba en dirección al mar. Me encontraba en un altozano a cuyo pie corría un río profundo y ancho, encajonado entre montañas elevadísimas, cuyas cimas no alcanzaba a distinguir; nadie tiene fuerzas suficientes para escalarlas. Al ver aquello me dije: «¡Ojalá me hubiese quedado en la isla, que era más hermosa que este lugar desértico! Por lo menos allí había variadas clases de fruta para comer, y riachuelos en los que beber. En cambio aquí no hay ni árboles, ni frutos, ni ríos. ¡No hay fuerza ni poder sino en Dios, el Altísimo, el Grande! ¡Escapo de una calamidad para caer en otra mayor y más peligrosa!»
Me puse en pie, traté de animarme y empecé a recorrer el valle. Todo su suelo estaba cubierto de diamantes; los metales preciosos y las gemas afloraban por doquier; había porcelana y ónice. Todo el valle estaba lleno de serpientes y víboras, cada una de las cuales tenía el tamaño de una palmera; eran tan enormes que podían muy bien tragarse un elefante. Aparecían por la noche y se ocultaban durante el día, dado el temor que les infundían el pájaro ruj y las águilas, que, no sé por qué razón, las cogen para despedazarlas. Me arrepentí de lo que había hecho, mientras exclamaba: «Por Dios he precipitado mi muerte.»

EL JOVEN LADRÓN

Por la mañana acudieron las gentes para ver cómo cortaban la mano del joven; no quedó en toda Basora mujer ni hombre que dejase de acudir; Jalid y las personas principales montaron a caballo; fueron convocados los jueces y se hizo comparecer al joven. Este se presentó encadenado. Todos cuantos lo veían lloraban por él. La mujeres prorrumpían en gritos fúnebres. El cadí mandó que callasen y dijo al muchacho:
— Esta gente asegura que tú entraste en su casa y les robaste. Quizás hayas robado cosas sin valor, que no constituyan delito.
— No; he robado más de la cuenta.
— Pero a lo mejor eres copropietario de algunas de las cosas.
— No; todo les pertenecía, y yo  no tenía derecho alguno sobre ello.
Mandaron al verdugo que le cortase la mano. Este sacó el cuchillo, el muchacho alargó el brazo y el verdugo puso encima el arma. Entonces, de entre las mujeres arrancó a correr, gritando, una muchacha con los vestidos sucios; se arrojó encima del muchacho, se quitó el velo y apareció una luna. La gente se alborotó y poco faltó para que estallase un tumulto. La muchacha gritó con su voz más fuerte:
— Te conjuro en nombre de Dios, Emir, a que no decidas que le corten la mano antes de leer este memorial.
Le entregó el papel. Jalid lo abrió y lo leyó. Contenía estos versos:

¡Jalid! Ese es un loco, un esclavo del amor;
mis ojos lo han herido con los arcos de las cejas.
Lo hirió una flecha de mi mirada,
porque es un esclavo de la pasión,
porque es incapaz de curarse de su daño.
Ha confesado lo que no ha hecho,
pues cree que eso es mejor que deshonrar a su amada.
No castigues al afligido amante,
que es el más generoso de los hombres y no un ladrón.

Jalid, al leer estos versos, se apartó de la gente y ordenó que se acercara la mujer. La interrogó y esta le explicó que aquel joven estaba enamorado de ella, y que ella le correspondía. Quiso visitarla y fue a casa de sus padres; tiró una piedra para advertirle de su presencia , mas el padre y sus hermanos oyeron el ruido del golpe y salieron a su encuentro. Él, al oír que llegaban, recogió toda la ropa de la habitación para hacerles creer que se trataba de un ladrón y salvar así la honra de su amada.
Entonces lo detuvieron, exclamando: «Este es un ladrón”, y lo trajeron a tu presencia. Él ha confesado el robo y se ha ratificado en la confesión para no deshonrarme. Por eso se ha declarado autor del robo, por su extrema nobleza y generosidad.
Jalid exclamó:
— ¡Es digno de obtener lo que desea!
Mandó llamar al joven, lo besó entre los ojos e hizo comparecer al padre de la muchacha:
—Anciano, estábamos dispuestos a castigar a este joven cortándole la mano, pero Dios Todopoderosos y Excelso, lo ha salvado de esta pena, y yo he ordenado que le entreguen diez mil dirhemes, porque él daba su mano para salvar su honor y el de tu hija, para preservaros de la afrenta. He mandando dar a tu hija otros diez mil dirhemes por haberme dicho la verdad, y ahora te pido me permitas que la case con él.
El anciano contestó:
— Te concedo permiso, Emir.
Jalid dio gracias a Dios, lo alabó y pronunció un hermosos sermón.
Schehrezade se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el que le habían dado permiso.