El amante liberal de Miguel de Cervantes

Batalla de Lepanto 1571- Guerra turco-veneciana (1570-1573)
Batalla de Lepanto 1571- Guerra turco-veneciana (1570-1573)

El amante liberal es, probablemente, la menos valorada de las Novelas ejemplares de Cervantes y, consecuentemente, no ha despertado mucha atención de la crítica. Carente de la ironía o riqueza simbólica de las novelas más estudiadas (por ejemplo, El coloquio de los perros, La gitanilla o El licenciado Vidriera), El amante liberal ha sido pasada por alto, relegada a la categoría de novelita bizantina cuyo asunto es el reiterado triángulo amoroso que arman y desarman sus personajes Ricardo, Leonisa y Cornelio.

El amante liberal comienza in medias res —a diferencia de La gitanilla— con una separación radical entre un amante y su amada. Esta separación es subrayada por otra, la de los cristianos de la isla de Chipre de su capital, Nicosia, que ganan los turcos en septiembre de 1570.

El primer párrafo del texto es un lamento («¡Oh lamentables ruinas de la desdichada Nicosia…«) dicho por una persona no identificada. De hecho, la alusión a la conquista reciente —»[las ruinas»], apenas enjutas de la sangre de vuestros valerosos y mal afortunados defensores»— nos indica con mucha claridad el lugar y el momento histórico, aun cuando la voz misma queda sin «presentación«. Solo al principio del segundo párrafo se nos da una pista: «Estas razones decía un cautivo cristiano«. Pero el efecto simbólico del primer pasaje es bastante obvio: el hombre que habla se compara a la condición arruinada y derrotada de la ciudad: «Si como carecéis de sentido, le tuviérades ahora, en esta soledad donde estamos, pudiéramos lamentar juntas nuestras desgracias…» Todavía no se sabe—más allá de la patente situación de cautiverio— la otra gran desdicha a la que alude el hombre. Pero como se ve, tanto el lenguaje y retórica como la puesta en escena y la táctica narrativa sirve para vincular estrechamente una desdicha muy personal (todavía no explicada) y una realidad histórica, la situación de cautiverio y enajenación: el estar en la isla de Chipre poco después de su conquista.

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La narración sigue con la entrada de una persona que tendrá una importancia central, tanto en su dimensión narrativa como en su dimensión simbólica. Este otro hombre es «un turco, mancebo de muy buena disposición y gallardía». De acuerdo con la táctica de revelaciones parciales y paulatinas, este «turco» identifica al primer personaje («Apostaría yo, Ricardo amigo…«), pero no se identifica a sí mismo inicialmente, sino un poco más adelante, cuando recibimos la desconcertante información de que los dos hombres, el cautivo y el turco, son «entrambos de una misma patria, y habernos criado en nuestra niñez juntos». Así, pues, este «turco» no es turco. Desde el principio se subraya esta distinción de identidad, aunque curiosamente nunca se nos revela su verdadero nombre: a lo largo de la novela se llama «Mahamut» y aun al final, con el regreso a su patria y su reconciliación con la Iglesia no se indica su nombre «cristiano».

Mahamut es un personaje de frontera; representa, en mayor grado que el ostensible antagonista Cornelio, representa el tercer actor del triángulo central, junto con Leonisa y Ricardo. La diferencia consiste en que, mientras la figura de Cornelio parece interponerse como obstáculo entre Leonisa y Ricardo, Mahamut en cambio funciona como indispensable medio o intermedio que les posibilita su reunión y promueve su libertad. Así, al reconocer a Mahamut como el tercer vértice del triángulo, percibimos que este y los otros triángulos no tratan simplemente de amor, sino también de identidad y autorrealización. Pero, resulta más significativo el hecho de que Mahamut sea un renegado. Entre el renegado Mahamut y el cautivo existe un sutil paralelismo, una relación de simultánea semejanza y diferencia: implícitamente, con la yuxtaposición de cautivo y renegado, tenemos las dos posibilidades (o los dos extremos) de transición o intercambio entre el mundo europeo y el mundo musulmán.

La condición de Ricardo —el cautivo— es más o menos comprensible en términos convencionales: él es una víctima; ha entrado en el mundo turco-musulmán involuntariamente. Pero la respectiva situación de Mahamut nos puede parecer un poco más peculiar. Al menos para el lector del siglo XXI, su condición de renegado exige una aclaración. El texto mismo nos ofrece poca ayuda. En contraste con la extensa narración de Ricardo, Mahamut solo hace alusiones breves, ambiguas y fragmentarias con respecto a cómo y por qué ha llegado ser renegado. Por ejemplo, se refiere a su condición así: «quizá para que yo te sirva ha traído la fortuna este rodeo de haberme hecho vestir este hábito, que aborrezco». Un poco más adelante revela el «deseo encendido que tengo de no morir en este estado que parece que profeso, pues cuando más no pueda, tengo de confesar y publicar a voces la fe de Jesucristo, de quien me apartó mi poca edad y menos entendimiento». La última frase sugiere con bastante claridad que el cambio de identidad religiosa — el cruzar de una frontera religioso-cultura— que Mahamut ahora lamenta había sido una acción deliberada y voluntaria.

El amante liberal es, sin duda, una historia de restauración: la victoria de Ricardo y Mahamut en escaparse de los turcos contiene otra victoria, la de la restauración y recuperación de la amada y la llegada a Sicilia, una isla cristiana. Pero la victoria más importante, la de sí mismo, ocurre solo cuando rechaza Ricardo su concepto del amor que se basa en la idea de la mujer como propiedad privada, como objeto. No puede dar a Leonisa a su rival, Cornelio, porque no tiene ese derecho; Leonisa no es de su propiedad. Tiene que reconocerlo para llegar a una definición de «liberalidad», la palabra clave de la novela:

«Yo, señores, con el deseo que tengo de hacer bien, no he mirado lo que he dicho, porque no es posible que nadie pueda demostrarse liberal de lo ajeno: ¿qué jurisdicción tengo yo en Leonisa para darla a otro? O ¿cómo puedo ofrecer lo que está tan lejos de ser mío?

Es precisamente su declaración de no poder darla a Cornelio lo que le conquista la mano de Leonisa porque ya, según sus aventuras contadas por la novela, la merece. La liberalidad es la posibilidad de dar o no dar algo a alguien. O, dicho de otro modo, es crear el momento en el cual el acto de dar y recibir pueda realizarse sin intereses pertinentes y perjudiciales. De manera magnánima e iluminada Ricardo llega al final a darse cuenta de su propio egoísmo, de su falta de entendimiento de los verdaderos sentimientos de otros, principalmente los de Leonisa, y de su desmedido sentimiento de importancia personal.

Además del asunto de las confusiones amorosas, El amante liberal puede considerarse desde otras perspectivas: la yuxtaposición y contienda de los mundos cristiano y turquesco-musulmán son de gran significado para la época cervantina. Esta ubicación en un momento histórico y lugares culturalmente intermedios y fronterizos produce un rico trasfondo alusivo que realza el problema de la identidad, tanto personal (interior; la autoconciencia; la relación entre la voluntad y los actos) como colectiva, o sea, las nociones más convencionales de nacionalidad y de religión.

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Las aventuras ocurren dentro de un marco cristiano-turco. Por esos tiempos, la amenaza de los turcos era una verdadera realidad, aun después de la batalla de Lepanto, en 1571. Así, el cautiverio y el rescate no eran cosas de literatura, sino de la vida cotidiana. Pero, al mismo tiempo, Cervantes los presenta como sucesos literarios porque eran diferentes y extraños para sus lectores, la gran mayoría de los cuales vivían tales cautiverios y rescates en sus propias casas.

En El amante liberal, Cervantes ha dramatizado la cuestión de la identidad dentro de un contexto de singular importancia histórica y cultural para cualquier español de la época y especialmente para un excautivo y antiguo soldado veterano de Lepanto como lo fue él mismo. De todas las Novelas ejemplares cervantinas ninguna se sitúa con tanta precisión en un determinado momento histórico (1570), poco después de la conquista de Chipre por los turcos, y así en vísperas de la batalla de Lepanto. Tampoco se encuentra otra novela cervantina que preste tanta atención detallada a la vida y costumbres de los turcos.

Las costumbres de los turcos, a pesar de libros como el de Fray Diego de Haedo, Topografía e historia general de Argel y sus habitantes y costumbres, ofrecían materia nueva para recrear a estos lectores.

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El exotismo del escenario es bien obvio: gran parte de la acción sucede en Chipre donde las estructuras sociales y administrativas del imperio otomano acaban de establecerse, de manera que los personajes principales forman parte de esa cultura extraña y exótica a los ojos de la mayoría cristiana y europea. Aún más, la yuxtaposición de lo cristiano y lo musulmán en esta novela refleja la paradójica situación de antagonismo profundo, por un lado, e intercambio y/o interacción íntima, por otro, de las dos culturas, una situación que afecta a los miembros de las sociedades respectivas cuando cruzan — por voluntad propia o por fuerza— las fronteras de un mundo para entrar en el otro.

Un sentido de ambigüedad con respecto a la identidad surge desde el comienzo y se enfatiza hasta cierto punto por medio del lenguaje. En El amante liberal, la mera existencia de palabras como «cadí», «bajá», «leventes», «arráez», «cómitre», «jenízaros», «chauz» y «zalá», y lugares topónimos como Lampadosa, Natolia, Xío, Mecina, Pantanalea, Fabiana, Malta, Biserta y Trápana, ayudaban a fabricar un mundo familiar y extranjero a la vez. Era un mundo extraño. Y dentro de este mundo, los cristianos son siempre honestos, virtuosos y liberales, mientras que los turcos son mentirosos, materialistas y traidores. El sistema turco se basaba en la esclavitud, la privación de libertad  y liberalidad. Su lenguaje no comunicaba la verdad; para comunicarse, como explica Leonisa a Ricardo:

«No sé qué te diga, Ricardo –replicó Leonisa-, ni qué salida se tome al laberinto donde, como dices, nuestra corta ventura nos tiene puestos. Solo sé decir que es menester usar en esto lo que de nuestra condición no se puede esperar, que es el fingimiento y el engaño…»

Ricardo tiene que cambiar de nombre (es Mario); los turcos también cambian de vestido y de bandera para engañar a los otros turcos de bando contrario. No hay más que traición y muerte violenta en el mundo de los turcos.

Los sistemas económicos también reflejan los dos sistemas  de valores. El vocabulario de los turcos está salteado de palabras que reflejan su actitud esclavizada: todo es comprar y vender, o por mejor decir, robar y vender, si no lo pueden comprar. Mahamut, al principio de la novela, describe algunas costumbres de los turcos en cuanto a «cargos» gubernativos:

«Si no viene culpado y no le premia [al virrey turco], como sucede de ordinario, con dádivas y presentes, alcanza el cargo que más se le antoja, porque no se dan allí los cargos y oficios por merecimientos, sino por dineros; todo se vende y todo se compra. Los proveedores de los cargo roban a los proveídos en ellos y los desuellan; deste oficio comprado sale la sustancia para comprar otro que más ganancia promete.»

Los esclavos cristianos son nada más que mercancías para vender y comprar. Ysuf anuncia a Ricardo (en traducción italiana, indica la novela):

«Cristiano, ya eres mío; en dos mil escudos de oro te me han dado; si quieres libertad, has de dar cuatro mil,  si no, acá morir.»

Y luego Leonisa cuenta a Ricardo que «un judío, riquísimo judío» la había comprado por dos mil doblas, pero el mismo hombre la iba a vender a los turcos por cuatro mil doblas». Sube el precio hasta decirnos el narrador que «sintió Ricardo de ver andar en almoneda su alma…»

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Lo curioso de este juego de precios no es el dinero que representa, sino el sistema de intercambio. Ricardo empieza con la misma actitud porque al tratar de conseguir la libertad de Leonisa dice a un mayordomo: «… en ninguna manera tratase de mi libertad, sino de la de Leonisa…». Todos quieren dominar a Leonisa, procurando su libertad, pero con fines interesados. Al final de la novela Ricardo recuerda bien poder distinguir entre libertad y liberalidad: «…ofrecí por su rescate toda mi hacienda, aunque esta, que al parecer fue liberalidad, no puede ni debe redundar en mi alabanza, pues la daba por el rescate de mi alma». Y para clarificar sus intentos, agrega: «De todo esto que he dicho quiero inferir que yo le ofrecí mi hacienda en rescate, y le di mi alma en mis deseos; di traza en su libertad y aventuré por ella, más que por la mía, la vida…» Y se refiere a su hacienda otra vez: «…solo confirmo la manda de mi hacienda hecha a Leonisa, sin querer otra recompensa sino que tenga por verdaderos mis honestos pensamientos, y que crea dellos que nunca se encaminaron ni miraron a otro punto que el que pide su incomparable honestidad, su grande valor e infinita hermosura»

El valor que entiende es un valor espiritual que no se puede comprar ni vender. Comprende lo que es la liberalidad, esa liberalidad definida por Covarrubias:

«… el que graciosamente, sin tener respeto a recompensa alguna, hace bien y merced a los menesterosos, guardando el modo debido para no dar en el extremo de pródigo; de donde se dijo liberalidad la gracia que se hace».

Los trabajos que sufren Ricardo y Leonisa en su estancia de separación los separan para la escena final, en que Ricardo tiene que esperar la respuesta tan deseada de Leonisa:

«… mi voluntad, hasta aquí recatada, perpleja y dudosa, se declara en favor tuyo; porque sepan los hombres que no todas las mujeres son ingratas, mostrándome yo siquiera agradecida»

La liberalidad que hace posible esta decisión se basa en la libertad ganada por Ricardo. Y la libertad física es coincidente con la libertad moral y espiritual. Estas simetrías preparan el final de la novela, en que Mahamut y Halima se reconcilian con la «Iglesia» y se casan como cristianos:

«Todos, en fin, quedaron contentos, libres y satisfechos…»

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[Textos extraídos de: Introducción de Harry Sieber a la edición de las Novelas Ejemplares, Madrid, Cátedra, 1985;  Clamurr, William H.: «El amante liberal de Cervantes y las fronteras de la identidad», AIH Actas XI (1992).]

 

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